Quinientas generaciones de transmisión cultural
«Transmisión de noticias, composiciones literarias, doctrinas, ritos, costumbres, etc., hecha de generación en generación». Ésa es la primera acepción de «tradición» del Diccionario de la Real Academia Española y ejemplifica de forma correcta los principios básicos de este concepto, siendo sus claves la continuidad y la antigüedad de una práctica como elementos legitimadores para su prevalencia. Sin embargo, ésa no es toda la verdad. La tradición, presente en todas las culturas humanas del pasado y del presente, es un concepto mucho más voluble de lo que parece y que se recrea permanentemente conforme la evolución y transformaciones de las sociedades, ya sea por los intereses del conjunto social o de una parte conforme una miríada de motivaciones, ya sean culturales, religiosas, sociales, económicas o políticas. Aunque a algunas se les quiere dotar de trascendencia intemporal, como sucede con ciertas tradiciones inventadas en tiempos recientes y que responden a esencialismos nacionales, como analizasen Eric Hobsbawm y Terence Ranger («La invención de la tradición», Crítica, 2002), otras son más naífs. Es el caso del consumo de uvas en Nochevieja o de las celebraciones de fútbol en espacios concretos, como el Barça en Canaletas o el Madrid en Cibeles.
Sin embargo, también existen ritos y usos particulares que se pierden en el tiempo. Es el caso, por ejemplo, del Caballo Blanco de Uffington (Oxfordshire, Reino Unido). Se trata de una impresionante figura de 110 metros de largo visible desde kilómetros y que consiste en una trinchera corrida rellenada con fragmentos de caliza blanca realizada entre el Bronce Final y el comienzo de la Edad del Hierro, es decir, hace unos tres mil años. Sin un mantenimiento adecuado, sin un esfuerzo consciente por su limpieza, el caballo habría sido engullido por la maleza, pero no ha ocurrido por el compromiso de una comunidad local que lo ha impedido durante estos treinta siglos hasta que en 1865 las autoridades se hicieron cargo de su cuidado. Resulta curioso como en este caso el simbolismo y el significado original de este monumento se perdieran en el tiempo aunque se le añadieron nuevas interpretaciones como, por ejemplo, su vinculación a San Jorge.
Esta asombrosa continuidad en el tiempo palidece ante la constatada en el increíble «Archaeological evidence of an ethnographically documented Australian Aboriginal ritual dated to the last ice age» publicado en «Nature human behaviour» por un amplio equipo que encabeza Bruno David, investigador de la australiana Universidad de Monash.
Consejo de ancianos aborígenes
En este artículo se detalla cómo este equipo científico recibió la invitación del consejo de ancianos aborígenes del país de GunaiKurnai para emprender una excavación arqueológica en la cueva de Cloggs, situada en las estribaciones de los Alpes Australianos en el Estado meridional de Victoria. Este lugar resultaba interesante no por haber sido un espacio para una habitación sino por significarse como uno para el desarrollo de ceremonias rituales llevadas a cabo por los mulla-mullung, es decir, los hombres y mujeres medicina de los GunaiKurnai. En esta cavidad de apenas doce metros de profundidad y siete de anchura, donde se habían encontrado en campañas anteriores otras evidencias votivas de hace 23.000 años, descubrieron un ritual idéntico separado por doce milenios consistente en la talla de un palo de una rama de casuarina, un árbol parecido al pino y de hoja perenne, si bien de tipo angiosperma, al que se le podaban cuidadosamente las ramas más pequeñas que brotaban de su superficie, se le embadurnaba con grasa animal o humana y, finalmente, se quemaba en una pequeña fogata de baja intensidad calórica.
Pero no fue encontrado un único palo, sino dos prácticamente idénticos datados por la espectrometría de masas con acelerador (AMS) hace 12.000 y 11.000 años. Es decir, quedaba constatada la continuidad de este rito por mil años. Sin embargo, la sorpresa mayúscula vino cuando fueron conscientes de que ese mismo ritual se había prolongado en el tiempo hasta prácticamente el presente tras consultar el relato de los etnógrafos que habían estudiado a los GunaiKurnai en el siglo XIX y comienzos del XX. Unos estudios decimonónicos que, por lo demás, también acreditaron cómo al resto de materiales hallados en esta cueva, desde cristales de cuarzo a guijarros, los aborígenes les otorgaban igualmente cualidades especiales y eran empleados en diversos rituales médicos y mágicos. En el caso del ritual del palo de casuarina, los informes etnográficos certificaron que era una práctica de brujería destinada a dañar e incluso matar a otra persona.
En definitiva, dicha continuidad resulta sorprendente y, como indican los investigadores, «estos hallazgos representan quinientas generaciones de transmisión cultural de una práctica ritual etnográficamente documentada fechada desde el final de la Edad de Hielo». Un dato que da mucho que pensar y más si tenemos en cuenta que otro estudio relativamente reciente llevado a cabo por el genetista de la Universidad de Cambridge Eske Willerslev abogó por considerar a los aborígenes australianos como el pueblo más antiguo del mundo.