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Berbera, Somalia: la capital del contrabando de la arqueología africana

Berbera, Somalia: la capital del contrabando de la arqueología africana

Desde 1991 lleva produciéndose un saqueo de yacimientos arqueológicos en Somalia y con dramáticas consecuencias para el continente africano

Aunque se tiende a considerar el Mediterráneo como el mayor hub comercial de la Antigüedad, en realidad había otros, diseminados en territorios que nuestros antepasados miraban como lugares de leyenda, hogares de criaturas fantásticas, como límites de la Tierra. Por supuesto, estos sitios legendarios eran iguales a cualquier otro: hombres poderosos se disputaban su control mientras hombres menores zigzagueaban por el camino de la vida en busca de riquezas y beneficios, y los barcos eran también de madera y el mar era igual de caprichoso. Lothal, en el valle del Indo, en la actual India, era uno de estos puertos; igual que lo fue la ciudad de Berbera.

Berbera. Situada en Somalilandia, un Estado no reconocido y de corte independentista en el norte de Somalia, en la entrada misma del mar Rojo, calurosa y abrigada por un viento que huele a sal. Egipcios, persas, griegos, árabes y romanos pasaron por aquí para recoger telas, mirra, incienso, cobre, oro, plata, marfil, perlas, almizcle, miel, canela y esclavos. La mítica faraona Hatsheput envió a este rincón del mundo, tan atrás como el siglo XV antes de Cristo, a una misión comercial encargada de acceder al reino de Punt (mitad leyenda y mitad realidad) para traer las riquezas de aquella tierra de vuelta a Egipto. Sultanes yemeníes y reyes etíopes se disputaron la zona. En el medievo fue considerado como uno de los mayores puertos comerciales de África oriental, pero Berbera no era sino una fachada que escondía a sus espaldas una tierra extensa y rica en tradiciones, ritos y culturas propias. Una tierra conocida como el cuerno de África y profundamente emparentada con Egipto, la península arábiga, India y las rutas comerciales que durante siglos cruzaron el continente africano desde Sudán hasta Senegal.

Para entender Berbera hace falta deconstruir el concepto eurocentrista que se tiene del continente africano, porque no puede comprenderse esta ciudad que enriqueció y arruinó a tantos hombres durante milenios si se mira África como un lugar de retrasos y chozas de paja y barro. Sólo una visión completa del continente donde gobernó Mansa Musa (el hombre más rico de la Historia) y creció el imperio Songhai (más extenso que las conquistas de Napoleón en Europa), o profundizando en los reinos de Axum (Etiopía) y Zimbabue puede uno entender, al añadir la inabarcable riqueza que poseían, por qué puertos como Berbera acogían y vomitaban mercancías que nada tenían que envidiar al tránsito europeo en Ostia y en Pireo.

Sólo cuando se comprende África como un continente abundante en riquezas culturales y con un extenso recorrido histórico puede entenderse que los restos de estas civilizaciones que devoró el colonialismo siguen sumergidos en la tierra. Que, igual que pueden encontrarse estatuas de Venus en Creta, pueden hallarse bronces de Benín en Nigeria y cuya belleza y valor cultural es comparable a las esculturas griegas. Sólo aceptando que el continente africano cuenta con un valor arqueológico excepcional, y conociendo el papel de Berbera en el comercio del mar Rojo a lo largo de la Historia, puede entenderse el tráfico de objetos culturales que ocurre hoy en Somalilandia. Y que cada año y desde hace décadas existe en la costa somalí, en Berbera y sus alrededores, un lucrativo negocio que roba el pasado a un continente cuyo pasado se ha ignorado y donde poco a poco desaparece la herencia de los antepasados… mientras los propios africanos son los primeros responsables de esta pérdida con la colaboración de socios extranjeros.

Así lo explica Mohamed Allahmagen, director del Museo Nacional de Somalilandia: “el saqueo de sitios arqueológicos comenzó durante la guerra en 1991. Hace ya más de treinta años. Y desde entonces no ha habido en Somalia una autoridad fuerte que ponga freno a este desastre”. Mohamed lucha una guerra en solitario porque en todo Somalilandia sólo hay cuatro arqueólogos titulados… y uno de ellos vive en Suecia; la corrupción que contamina el ministerio de Turismo, que es la rama de gobierno dedicada a las excavaciones arqueológicas y la conservación del patrimonio, impide además tomar las medidas adecuadas en una nación donde ni siquiera existen leyes que protejan el patrimonio cultural.

Hasta Mohamed llegan saqueadores de tumbas con objetos extraídos de los periodos árabe y otomano, figuras de un valor incalculable que pueden hallarse a medio centenar de metros la superficie, y le preguntan si conoce a compradores interesados. Mohamed intenta negociar: dice a los saqueadores que, si le dicen donde encontraron el objeto, que se lo comprará, pero la respuesta siempre es la misma. Los saqueadores guardan con recelo sus secretos y se marchan a otra parte con objetos que deberían estar en un museo y que pronto aterrizarán en la vitrina de un multimillonario que reside en el otro lado del mundo.

Es la Historia de un país que se deshace ante los ojos impotentes de Mohamed Allahmagen. Asegura con pesimismo durante una conversación telefónica que “aunque existieran leyes que protejan el patrimonio, todavía nos faltaría un gobierno fuerte que las ejecute”. Se diría una lástima que Indiana Jones solo exista en las películas pero que sus enemigos vivan en el mundo real.

Los bienes expoliados salen del puerto de Berbera con dirección a los países árabes. Allí es donde el rastro se pierde, más allá de las aguas. Estatuas centenarias pasan de manos hasta acabar tan lejos que nadie se molesta en buscarlas. El expolio a nivel local llevó a buscar una salida rápida en el puerto de Berbera y, cuando se solidificó la cadena de distribución, objetos traídos de otros rincones de África comenzaron a pasar por aquí para escapar del continente. Es una montaña que se agranda. En las últimas décadas, del puerto de Berbera han salido innumerables objetos arqueológicos de Somalia pero también de Sudán, Etiopía, Uganda… todos ellos con dirección a Arabia y sin que existan registros capaces de determinar el valor millonario de la pérdida. Berbera fue uno de los hub comerciales más importantes del Cuerno de África y ahora es su capital del contrabando de bienes culturales. Es desolador. Sobre todo para personas como Mohamed Allahmagen.

También llegan aquí objetos procedentes de Yemen (que vive una guerra civil desde 2014) para luego regresar, vía Berbera, a la península arábiga. Lo explica el arqueólogo somalí: “cuando llegan aquí objetos arqueológicos extranjeros, ¿adónde van a ir? Aquí no tenemos mercado para este tipo de productos, como no sea para venderlos luego”. Nadie en Somalia tiene interés o dinero para coleccionar cultura. Es así. Y los saqueadores centran sus esfuerzos en los objetos más llamativos, desechando cualquiera que no les parezca, a ojo, digno de su esfuerzo. Hablamos de ánforas hechas pedazos, tumbas destrozadas, detalles machacados. Recuerdos que se disipan.

Pero Mohamed remarca que la situación va a peor. Una vez se estableció Berbera como puerto de salida para el contrabando, y después de atraer hasta aquí objetos de África y de Yemen, los más astutos entre los somalíes encontraron un hueco en el mercado por medio de las falsificaciones. Objetos sin valor que se envejecen de forma artificial y que siguen el mismo camino que las obras auténticas, mezclándose con ellas, hasta que los árabes, chinos o europeos que compran las piezas procedentes de Somalia sufren esta mixtura y compran como original una pieza que talló un somalí espabilado en el taller de su casa. La cultura se difumina, se tergiversa y pierde su valor. La visión de un continente africano sin pasado ni cultura se refuerza un poco más a cada pieza que se roba, porque los incrédulos exigen pruebas que puedan ver y tocar antes de cambiar de opinión pero las pruebas que se pueden ver y tocar están guardadas a buen recaudo en casa de un millonario de California o de Moscú.

Alfredo González Rubial, un arqueólogo español que lleva años trabajando en el Cuerno de África y con un amplio conocimiento de la situación en la zona, confirmaba a LA RAZÓN la problemática de las falsificaciones: “la diáspora de Somalilandia y Puntlandia está obsesionada con que su tierra es el país de Punt de los faraones. Y ha surgido toda una industria de la falsificación que se dedica a fabricar estatuas pseudoegipcias para exportar. La mayoría acaban en casas somalíes en Estados Unidos y Reino Unido”. El país de Punt es el mismo al que envió una expedición la faraona Hatsheput (nombrada más arriba), y nuevamente puede uno comprender que hace falta mirar al extenso pasado africano para comprender su presente y las consecuencias que trajo. Que existe el contrabando de objetos arqueológicos y un boom de falsificaciones, precisamente porque existió una Historia previa y para nada desdeñable.

La fiebre arqueológica en Somalia tuvo lugar a principios de la década de 1990, pero Mohamed dice que esta ilusión se desinfló pronto. La guerra, sumada a dificultades técnicas y administrativas de todo tipo, hicieron casi imposible el traslado de materiales adecuados para las excavaciones. Además, muchos de los somalíes involucrados pensaron que encontrarían figuras de oro y diamantes en sus excavaciones y salieron desilusionados cuando encontraron esculturas y estatuas y objetos que no brillan, el gobierno dejó de interesarse al imaginar que sólo lo que brilla resulta valioso y la puerta quedó abierta para los saqueadores. El extraordinario potencial del ser humano para borrar siglos de Historia en un puñado de décadas, aunque tenga que hacerse utilizando picos y palas, se puso en marcha en una nación empobrecida a niveles dramáticos.

El somalí promedio se encontró entonces ante un interrogante: ¿morir de hambre o borrar su pasado (exterminar su orgullo) por un puñado de dólares? Pero la respuesta para un padre de familia siempre será la misma. Sin dudarlo.

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