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"El alcalde de Zalamea": El buen hacer de una compañía con solera ★★★★☆

Los portugueses de Chapitô, siempre ingeniosos y divertidos, contando Julio César a su manera; una compañía japonesa reinterpretando El burlador de Sevilla dentro de los códigos de su alegórico teatro; una performativa propuesta de calle, titulada El picao, que rinde homenaje a la trabajosa vida de las encajeras de esta comarca; La comedia de los errores, en un montaje muy comercial que se estrenó en Mérida y está teniendo una larga y exitosa vida; la versión radiofónica de La dama boba, con público en directo, que ha preparado este año Radio Nacional de España; el ciclo Barroco Infantil para los más jovencitos; una estupenda exposición sobre Calderón de la Barca organizada por el Museo Nacional del Teatro; el habitual estreno de la Compañía Nacional de Teatro Clásico, que en esta ocasión ha sido El gran teatro del mundo… Estas son algunas de las propuestas -de naturaleza muy variada, ciertamente- que se han podido ver en la primera semana de la 47ª edición del Festival de Teatro Clásico de Almagro.

Pero ha habido muchas más. Entre ellas, merece una atención especial, sin duda, El alcalde de Zalamea que ha traído hasta aquí la compañía vallisoletana Teatro Corsario, a la que el festival dedica estos días, además, una exposición para honrar sus 40 años, nada menos, de trayectoria. La precisión a la hora de leer los conflictos y la eficacia en la manera de escenificarlos suelen ser las características principales en los trabajos de Teatro Corsario, y lo son también en este montaje, que podrá verse, después de Almagro, en otro de los festivales que deben tener en su agenda todos los amantes del Siglo de Oro: Olmedo Clásico.

En un espacio casi vacío, ambientado y delimitado más por la iluminación que por la sencilla, aunque significativa, escenografía, el director Jesús Peña hace evolucionar con ritmo y profundidad esta extraordinaria obra, que está construida formalmente como el mejor thriller y que contiene, además, algunas escenas de inigualable fuerza dramática y belleza poética.

La producción es modesta y el elenco no es demasiado amplio. Eso obliga a reducir situaciones y personajes. En este sentido, se ha sacrificado la parte más cómica de la obra (que también la tiene). No están, por ejemplo, los personajes de don Mendo y Nuño, con ese memorable diálogo en el que Calderón homenajea, y a la vez parodia, el Quijote de Cervantes. Sin embargo, el drama como tal, que es en lo que se ha centrado Peña, discurre con una fuerza y un peso dignos de encomio de principio a fin. Daba gusto, por cierto, mirar de reojo al público de Almagro y ver que todos en el patio de butacas se mantenían erguidos, sin variar un ápice la postura, siguiendo expectantes el curso de la acción hasta su desenlace.

En el capítulo interpretativo, es verdad que unos aprovechan mejor que otros la oportunidad de enfundarse en personajes de tamaña envergadura. Destacan especialmente Carlos Pinedo, como Pedro Crespo, y Alfonso Mendiguchía, en el papel de Lope de Figueroa.

  • Lo mejor: El director se pone al servicio de la historia y sabe contarla con toda la contundencia que tiene.
  • Lo peor: Algunas soluciones, como la voz pregrabada de rey o ciertas proyecciones, están un poco acartonadas.

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