El curioso motivo por el que Pamplona usa doble vallado para los sanfermines
Si hay algo que cambia la escenografía, incluso los ánimos de Pamplona, es el vallado que sale de plaza y vertebra la ciudad, el centro, queda claro. El vallado es la huella que evidencia los sanfermines. El vallado y las miles de personas de blanco y rojo que inundan las calles allá donde llegue la vista. Esto es así. Felicidad máxima. Locura infinita. El vallado es lo que permite, lo que hace posible que cada día a las ocho de la mañana se celebren los míticos encierros desde los corrales hasta llegar a la plaza de toros. Es el refugio de los corredores cuando vienen mal dadas, es el lugar donde muchas personas madrugan, o casi trasnochan para poder ocupar un hueco y ver de primera mano la carrera, y también ese espacio que da cobijo a los profesionales, sanitarios, policías y medios de comunicación que dan cobertura al evento.
Según informa la propia página web del Ayuntamiento de Pamplona fue en 1776 cuando por primera vez se usó el sistema de vallado, antes se ponían unas mantas a modo de telón para cerrar las bocacalles.
Este sistema de vallado es el que podemos ver en la actualidad en cualquier otro sitio donde se celebran encierros. En cambio, en Pamplona tienen un doble vallado. El motivo se debe a reforzar la seguridad y para poder dar cobertura a esa cantidad de corredores que participan en las carreras y que puedan encontrar salida del recorrido, además de precisamente a esos otros servicios, no menos importantes, como son los sanitarios, la policía o los periodistas.
Pero, ¿desde cuándo y qué desencadenó este doble vallado? Hay que remontarse a 1941 y como casi todo cambio vino precedido por un gran susto. Fue en 1939 cuando un toro de Sánchez Cobaleda rompió las tablas y se salió del encierro. ¿Alguien se puede imaginar el pánico?
Material y cuidado
La madera que se usa es pino silvestre que proviene del bello Valle del Roncal. Es conocido por su resistencia, aunque se dedica tiempo todos los años en ver cómo se encuentra. El vallado mide 180 centímetros de altura y está formado por 900 postes, 2.700 tablones y 2.500 cuñas que se montan hasta el 6 de julio entre los Corrales del Gas y la plaza de toros. Pero en realidad esto es toda una entelequia, que tiene 70 puertas para permitir la entrada y salida en el recorrido. Para su perfecto funcionamiento trabajan alrededor de las 70 personas cada día para retirar parte del vallado y facilitar el tránsito por el centro de la ciudad.
Eso sí, la pena llega incluso antes de entonar el "Pobre de mí" cuando nada más acabar el último encierro, el 14 de julio y como por arte de magia, desaparece todo el vallado. Y entonces, la pena es inmensa.