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Censura previa y censura sanchista

Censura previa y censura sanchista

Sánchez con sus expertos decidirán quiénes "desinforman". Como con Franco, pero peor

E Escuché a Albert Boadella una reflexión con la que no puedo estar más de acuerdo. Cuenta el ex director de Els Joglars cómo nunca ha encontrado tantas dificultades para expresar sus ideas. En tiempos del franquismo había censura, «pero todos sabíamos que actuábamos censurados». El problema es que hoy, cuando sobre el papel tenemos la máxima libertad, es casi imposible hacer una sátira sobre muchos de los temas que circulan como dogmas, entre ellos el cambio climático, la diversidad de sexos, la inmigración, el trumpismo, etc. No hay censura para expresarse sobre ellos, pero es tal la superioridad moral, que mucha gente prefiere autocensurarse, «algo que es peor que la censura, la nueva inquisición progre amparada por el Gobierno, el triunfo de la corrección política y una ruina para la democracia y la libertad». José Antonio Marina lo llama «cultura de la cancelación», una forma de nueva censura excluyente, consistente en el borrado de todo aquello que se considera mal visto, fuera de la corrección establecida por la nomenclatura gobernante o por los propietarios de las redes, lo que cercena no sólo la libertad de expresión sino el pensamiento crítico.

Claro que no hay censura oficial, simplemente te obligan a autocensurarte o bien se encarga a las redes que hagan el trabajo. Eso sí, «en Occidente no hables de censura, porque esto es el mundo libre», dicen algunos colegas. Claro, no nos vamos a comparar con China, Cuba, Corea del Norte, Rusia, Irán, Arabia Saudí, Qatar, Nicaragua o Venezuela. Para ir a peor siempre hay tiempo. Y no queremos ir a peor. Queremos avanzar en las libertades. Pero Occidente, que es más libre que todos los países antes citados juntos, tampoco es un edén, y menos en estos tiempos en los que la tecnología controla nuestras vidas y mandan los gobiernos. De modo que si a alguien como Julián Assange se le ocurre publicar documentos auténticos sobre comportamientos delictivos de la CIA, de inmediato se le acusa de revelar secretos de Estado, espionaje y alta traición, y se le censura en redes.

En España nos viene ahora Sánchez a dar lecciones de periodismo. Ayer presentó su cacareado plan de «regeneración», reconvertido en «Plan de Acción por la Democracia», que en realidad es el plan en defensa de su esposa. Sólo que, en vez de seguir por el camino de las amenazas, ha decidido ponerse la careta de bueno anunciado el reparto de 100 millones de euros para los que se porten bien, y dar de momento el aviso de que no va a permitir que se financien con dinero público pseudomedios con poca audiencia. No explicó cómo piensa hacerlo, porque no se va a atrever a tomar medida alguna ni contra Junts en Cataluña ni contra el PNV en el País Vasco. En realidad, está pensando en Ayuso. Pero dada la complicación de un acuerdo de este tipo, optó por hacer enunciados genéricos y dejar para más adelante lo concreto. Su «regeneración» es muy simple, y apenas consiste en poner en marcha la «máquina del fango», acusando a determinada Prensa de esparcir «noticias incorrectas» sobre las actividades de su esposa y hermano. La principal manera de hacerlo es ahogando económicamente «a las webs digitales» que «desinforman». Ojo a esa palabra: desinformación. Sánchez con sus expertos decidirán quiénes «desinforman», lo que es el regreso a la censura previa, pues habrá medios que no recibirán un solo euro y no podrán publicar. De modo que a la agobiante «autocensura» a que alude Boadella, tenemos que añadir esta vuelta a la censura previa, que es en realidad la censura sanchista. Como con Franco, pero peor.

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