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Trump, una pieza de museo

Trump, una pieza de museo

El gesto central del puño alzado tiene tantas y tan variadas resonancias que podría recorrerse a través de él la cultura visual de los últimos dos siglos

No hay un fragmento de la realidad que escape a la imagen. Mucho menos aquellos que implican catástrofes, actos de violencia y -como es el caso- atentados a grandes personajes públicos. El intento de asesinato sufrido por [[LINK:TAG|||tag|||6336141fecd56e3616931c8f|||Donald Trump]] hace una semana ha tenido evidentes repercusiones políticas -una creciente ola de empatía entre los norteamericanos que se ha traducido en un mayor porcentaje de intención de voto de cara a las próximas elecciones- y no menores contribuciones al imaginario visual contemporáneo. Aunque la formulación correcta sería, más bien, la siguiente: porque la galería de imágenes que ha generado este incidente ha tenido tanto impacto en las retinas de los espectadores globales, que Trump ha conseguido mutar, en cuestión de segundos, su perfil de malvado autoritario por el de héroe americano, garante de la unidad y de la paz social.

Entre la plétora de imágenes que han circulado de este atentado, hay una que de inmediato ha adquirido una dimensión especialmente icónica: aquella realizada por Evan Vucci -el fotógrafo principal de la delegación en Washington de Associated Press- en la que se observa a Trump, en el centro de la imagen, con su brazo extendido mientras cierra el puño bajo la ondeante e indestructible bandera de las barras y las estrellas, y es sostenido por los brazos de dos agentes, una mujer y un hombre. Ese Trump herido en la oreja, y que a pesar del shock del atentado, alza su puño como símbolo de la fortaleza de un país entero, ha suscitado todo tipo de interpretaciones vinculadas a la historia del arte. Como ya se demostró en los atentados del 11-S, la realidad imita a la ficción de una manera tan íntima que parece haberse convertido en un remedo de aquella. El gesto central del puño alzado tiene tantas y tan variadas resonancias que podría recorrerse a través de él la cultura visual de los últimos dos siglos: cuadros emblemáticos como «La balsa de la Medusa» (1919), de Gericault o «La libertad guiando al pueblo» (1830), de Delacroix, dejan paso a esculturas públicas de la Unión Soviética, el gesto identificativo de los Black Panther y, con posterioridad, del movimiento Black Lives Matter o el de las mismísimas Pussy Riot durante la interpretación de su celebérrima “Punk Prayer” (2012) en la Catedral de San Salvador de Moscú. Con total seguridad, muchas de estas comparaciones no gustarán al ultraconservador Trump, pero denotan la riquísima semántica visual que posee este recurrente gesto del puño alzado.

Naturalmente, y por añadidura a la imagen de este Trump vencedor de la muerte, y que se erige glorioso frente al otro posible destino del cadáver tumbado -tan lúcidamente examinado por Elías Canetti-, tenemos la imagen complementaria del líder mártir, con la oreja vendada, cuya comparación con el famoso autorretrato de Van Gogh ha resultado inevitable. También, esa bala que impacta en su cuerpo pero con leves perjuicios podría remitirnos a una de las performances más emblemáticas de la historia: “Shoot” (1971), de Chris Burden, en la que el artista fue disparado en el brazo por un tirador profesional para protestar contra la anestesia en la que vivía la sociedad norteamericana durante la guerra de Vietnam. La capacidad de tales imágenes para disparar tantas asociaciones va a favor de la construcción de la figura de Trump como esa mezcla perfecta de héroe y mártir que necesita para aplastar a un mermado Biden en la carrera electoral hacia la Casa Blanca.

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