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"Coriolano": Shakespeare y el destino trágico del líder

El Festival de Mérida acoge hoy el estreno una obra compleja con un gran reparto que conecta en su esencia con la realidad política de nuestros de nuestros días

Pocas veces tiene ya uno la oportunidad de ver en Mérida una superproducción de teatro donde el tirón comercial de los actores no haya sido el motivo casi exclusivo para justificar su presencia en el reparto. Y eso es lo primero que llama la atención de este "Coriolano" que se estrena esta noche en el Teatro Romano: independientemente de que unos sean más famosos que otros para el gran público, y del mayor o menor talento individual que puedan atesorar, aquí todos tienen una formación y una carrera teatral que les hace más que dignos merecedores del papel que les caído en suerte, teniendo en cuenta la envergadura del proyecto y la relevancia cultural que se le presupone. El título de la obra y la nómina de profesionales que participan en ella hacen que este montaje sea, para el público más teatrero, el más interesante, a priori, de cuantos se irán sucediendo hasta finales de agosto en esta edición del festival. Nada menos que Roberto Enríquez, Carmen Conesa, José Luis Torrijo, Javier Lara, Juan Díaz, Manuel Morón, Álex Barahona, Beatriz Melgares y María Ordóñez conforman el elenco de una función dirigida por Antonio Simón en la que participan también otros profesionales de la talla del escenógrafo Paco Azorín, la vestuarista Anna Llena o el músico Lucas Ariel Vallejos. “Estoy muy satisfecho –asegura el director-. Ha sido un proceso increíble, porque Shakespeare exige mucho y conlleva mucha intensidad. Hay mucho trabajo físico y emocional, y todo el equipo se ha entregado por completo”. Tanto es así que el espectáculo incluye una escena de lucha de espadas, ensayada durante largo tiempo con el maestro de armas Jesús Esperanza, que Simón define entre risas como “digna de Gladiator”.

La obra, considerada por muchos como la más política en sentido estricto de cuantas escribió Shakespeare, cuenta el ascenso y la caída del general romano Cayo Marcio, apodado Coriolano tras su victoria sobre los volscos en la ciudad de Corioli. A medio camino entre la historia y la leyenda, el argumento sirvió al Bardo para plantear, con su proverbial maestría, un conflicto complejo en torno al ejercicio responsable del poder por parte del líder, a la relación que debe tener ese líder con su pueblo y al papel que debe jugar o no ese pueblo, cuando es ignorante o está manipulado, en las decisiones de estado. Cuestiones todas ellas de difícil solución que han sido fuente de debate en la configuración de los distintos regímenes políticos prácticamente desde que el mundo es mundo. Consciente de las “numerosas paradojas” que presenta el texto, Antonio Simón ha tratado de mantener “el equilibrio y la objetividad” de Shakespeare en “una obra repleta de claroscuros donde no hay personajes buenos ni malos”. Y eso también se aplica, por supuesto, al protagonista: “Es difícil empatizar con Coriolano –reconoce el director-. Es un ser despreciable y apreciable a la vez. Tiene un odio de clase tremendo; pero al mismo tiempo es alguien con una fidelidad a sus principios y una honestidad intachables. Por si fuera poco, ese desprecio que tiene por la plebe no está exento de razones. Él denuncia la volubilidad y la inconsistencia de las decisiones de esa plebe; el problema es que eso puede acabar, tal y como le ocurre a él, por negar la opinión y el voto del pueblo. Solo un genio de la dramaturgia como es Shakespeare puede conseguir ese equilibrio; solo él puede hacer una obra con grandes personajes en la que no te acabas de identificar con ninguno de ellos”. Un equilibrio que el director ha querido buscar de manera muy meticulosa en el personaje principal, interpretado por Roberto Enríquez: “He trabajado con Roberto para huir del estereotipo en el que se cae a veces cuando se interpreta a Coriolano. No queríamos convertirlo en esa especie de bestia parda que se pasa el día abroncando a la gente. Hemos tratado, por el contrario, de mostrarlo como un ser humano en el que no todo está definido desde el principio: es un personaje que duda y que se plantea las cosas; pero al que su neurosis de carácter le jode la vida, como ocurre con todos los grandes personajes de tragedia. A Coriolano lo que le fastidia es su orgullo y su ira. Es un personaje con muchas más aristas de las que permite una lectura politizada, que no política, de la obra”. Porque la política sí está presente en la puesta en escena: Paco Azorín, gran conocedor de este espacio, ha diseñado una escenografía con una gran mesa caída como principal elemento, la cual representa metafóricamente, explica Simón, “una mesa de negociación que se ha roto y, al mismo tiempo, una encrucijada de caminos”. Además, advierte el director, habrá alguna “interpelación directa al público, para invitarlo a que esté activo con los distintos posicionamientos y reacciones de los patricios y los tribunos”.

En cuanto a la versión, firmada por Juan Asperilla y por el propio Simón, el trabajo ha consistido básicamente, dice este último, “en reducir texto y eliminar repeticiones innecesarias para acercar la obra al público de hoy; respetando, eso sí, toda la potencia metafórica del lenguaje de Shakespeare”. Y una curiosidad: Coriolano cantará. “Es un guiño que he querido hacer a Bertolt Brecht –dice riendo Simón-; en la versión que él hizo de la obra, aunque a mí no me gusta mucho, Coriolano cantaba, así que… ¡aquí también!”.

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"Coriolano", de William Shakespeare. Festival Internacional de Teatro Clásico de Mérida. Teatro Romano. Hasta el 28 de julio de 2024. 22:45h.

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