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"Longlegs": ¿puede la película de terror del año romper la maldición de los Perkins?

Oz Perkins dirige a Maika Monroe y Nicolas Cage en un cruce diabólico entre «Seven» y «El silencio de los corderos», un éxito sin precedentes en el cine de terror que hace justicia a su padre y a su abuelo

Entre las obsesiones místicas del cine, sobre todo en Hollywood, no hay ni una sola más poderosa que la de sangre, lo hereditario. Desde hace décadas, las grandes sagas y los clanes legendarios del séptimo arte han encontrado en la gran pantalla una especie de refugio ante la adversidad: bien sea desde lo moral, con el nacimiento de la palabra «nepo-baby» para referirse a los hijos de grandes nombres de la industria que encuentran su sitio en ella precisamente por esa condición; bien sea desde lo ampuloso, alargando la sombra de su propia leyenda. Entre las más trágicas y tristes destaca la maldición que, a lo largo de tres generaciones, ha parecido perseguir a los hombres de la familia Perkins y que ahora, por fin, podría haberse enterrado para siempre.

Un efecto dominó

Para comenzar a entender esta extraña historia, hay que remontarse hasta finales de la década los veinte, donde un prolífico James Ridley Osgood Perkins comienza a hacerse un nombre en la ciudad de las estrellas como actor polivalente del cine mudo. La cima de su éxito, lamentablemente fugaz, la alcanzará en 1932, a las órdenes de todo un Howard Hawks gracias a un rol de relevancia en la mítica «Scarface, el terror del hampa» (sí, la misma historia en la que se inspiraron medio siglo después Oliver Stone y Brian DePalma para empolvarla de cocaína). Ese mismo año nacería su hijo, Anthony, al que dejaría huérfano con apenas cinco años tras sufrir un infarto después de un largo día de rodaje. Según escribió luego el infame director Elia Kazan, el actor estaba destinado a convertirse en uno de los mejores de la historia: «Era puro talento».

Esa muerte repentina causó en el pequeño Anthony un efecto dominó que marcaría para siempre su personalidad: comenzaría a obsesionarse con el cine y las artes escénicas para honrar a un padre al que siempre creyó haber matado «por odiarle» en sus largas ausencias y se criaría rodeado de mujeres, ya que su madre se emparejaría como viuda a una vieja amiga con la que llegó a convivir durante años, en lo que históricamente se ha interpretado como una relación lésbica. «Mi madre me toqueteaba la entrepierna constantemente, no era consciente del efecto que eso podía tener en un adolescente», declararía años más tarde Perkins hijo en una entrevista. ¿El motivo? Analizar los giros y descarrilamientos de una carrera como actor que le puso en el centro del universo cine ya en 1960, todavía sin llegar a cumplir los 30 años y trabajando para el maestro Alfred Hitchcock: la mirada de Perkins, perturbadora y perdida, era el cierre perfecto para «Psicosis», acaso la gran obra maestra del realizador británico. Tras una breve temporada en Europa, rodando con Sophia Loren o a las órdenes de Orson Welles, Perkins no aguantó más su vida de excesos y la imposibilidad de expresar su bisexualidad, llegándose a someter a nocivas terapias de reconversión y dejando atrás a sus parejas masculinas, entre las que figuraron Grover Dale o Tab Hunter.

Sería en esta época, a punto de tocar fondo a mediados de los setenta, cuando conocería a Berry Berenson, modelo que por ese entonces era una habitual de la portada de «Vogue». La relación, que le «salvó la vida» en palabras del propio Perkins hijo, daría como fruto el nacimiento de los pequeños Oz (por su abuelo Osgood) y Elvis Perkins. El primogénito, curioso como su padre, se decantó por seguir en el negocio familiar y entrar en el cine, primero como actor pero enfocado siempre a esa dirección que le llegó a obsesionar de adolescente. Fue precisamente al final de su proceso de aprendizaje, cuando ya comenzaba a aparecer en series de televisión, cuando Perkins nieto tuvo que afrontar el penúltimo capítulo de su maldición familiar: Anthony Perkins fallecía de VIH en 1992, saliendo del armario de forma pública forzado por un tabloide americano. Pero es que, en un cruel giro de los acontecimientos, el primer gran papel de Oz Perkins en la gran pantalla, en «Una rubia muy legal», se vería ensombrecido por una tragedia de mayor calibre todavía. Berenson, pasajera del vuelo 11 de American Airlines, fallecería en los atentados del 11 de septiembre de 2001, apenas dos meses después de que su hijo por fin siguiera la estela triunfal de su padre y su abuelo.

Mitologías de la muerte

Tras un hiato en su carrera, Oz Perkins decidió volverse a acercar al cine como director, ya en 2015, reconectando de algún modo con el terror que hizo grande su apellido. Así llegaron «La enviada del mal» (2015) y, sobre todo, «Soy la bonita criatura que vive en esta casa» (2016), por la que se le etiquetó como director de eso que hemos convenido en llamar «horror elevado». Este viernes, justo cuando se cumple un siglo del debut de su abuelo en Broadway, Osgood estrena «Longlegs», una especie de rompecabezas contemporáneo, protagonizado por Maika Monroe y Nicolas Cage, y que se puede entender como un cruce diabólico entre «Seven» y «El silencio de los corderos». «¿Te imaginas que el ambiente en el set de rodaje hubiera sido el mismo que el de la película?», bromea Perkins con LA RAZÓN acerca de su nuevo filme, en el que una novata de homicidios se las tiene que ver con un asesino en serie satanista (loquísimo, Cage) que, de pronto, le hace brotar un trauma infantil anquilosado.

«Escribir un guion es sentirse como un bebé apuntando a cosas. Puedes señalar que las quieres o qué quieres que haga la audiencia, pero no puedes decirlo, la estarías cagando. Eso es lo que hemos intentado hacer aquí. Los actores no quieren soltar las palabras, quieren interpretar lo que explican esas palabras», explica sincero el director, sobre un filme que va camino de los 60 millones de dólares de recaudación solo en EE.UU. y que ya es oficialmente el más exitoso en la historia del terror independiente. Y sigue: «La mitología se nos llegó a complicar de más. Uno de los productores se acercó a mí y me preguntó si de verdad era capaz de entender los símbolos y cartas que dejaba el asesino. En ese momento, lo expliqué perfectamente, pero ahora sería incapaz de traducir nada. Es como si todo el equipo hubiera entrado en una enajenación», ríe Perkins.

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¿Por qué demonios el cine de terror sigue funcionando?

«Seguro que hay muchas respuestas correctas, pero la mía tiene que ver con la muerte. No hay nadie que tenga una relación neutra con la muerte. O la esperas en paz o la temes, pero su inevitabilidad hace que estemos pensando todo el rato en ella. Es una cuestión transversal al género, a la edad y hasta a la condición económica, y como en el cine de terror le estamos dando vueltas constantemente a la muerte, eso genera una conexión sincera con los espectadores, que la valoran desde la celebración o desde el miedo más puro. Joder, al final he dado una respuesta mucho más sesuda de lo que creía que tenía dentro», explica sincero y cómico Perkins, sobre el éxito de su propio filme, pero también el fenómeno que han supuesto películas recientes como «Talk To Me», «Late Night With The Devil» o «Immaculate».]]

Lúgubre y desquiciada, obra redonda del terror ambiental para digerir ya en soledad oscura, «Longlegs» se construye desde una historia asfixiante y sólida y desde un trabajo técnico (la interpretación contenida y ahogada de Monroe o la exquisita dirección de fotografía) que funciona como un reloj. «Por la razón que sea, obtengo más inspiración de la música que del cine, porque para mí lo más importante de una película, como en una canción, es el orden en el que decides contar las cosas, encontrar las letras. Por eso el lenguaje siempre ha sido importante en mi filmografía, joder, y por eso me gradué en filología inglesa», apunta Perkins, que confiesa explícitamente que considera las tragedias -como la de su familia, de la que evita hablar- las verdaderas historias de terror, en el que no cree como «género uniforme». ¿Será «Longlegs», por fin, el último y esperanzador capítulo de la maldición de los Perkins a través del horror como bálsamo? «Hay más dolor en el descubrimiento que en el acontecimiento, y eso es algo que siempre ha guiado mi forma de escribir. Ninguna de mis películas empieza como una película de terror, pero por alguna razón todas acaban ahí», se despide críptico, sobre un filme que gana capas enteras de credibilidad en su acercamiento al trauma cuando uno entiende que detrás de sus trucos y giros de guion hay un proceso de superación.

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