Sexo con robots y sológamos: así serán las relaciones del futuro
Experimentar con cuerpo y mente dota de unicidad y veracidad a un proyecto. Nadie puede sentir caer la lluvia sobre nuestra piel más que nosotros mismos. El reto viene después, a la hora de expresar lo que sienten nuestras carnes, rehuyendo de condiciones ni disimulos. Roanne van Voorst es antropóloga, investigadora y conferenciante, y asegura utilizar «mi cuerpo, mi mente y las anotaciones de mi diario para darle sentido a la teoría y entender mejor cómo reacciona una persona ante determinadas cosas». Para su último libro, ha llevado al extremo esta suerte de «siento, luego escribo», y el resultado es una advertencia, según reza su subtítulo: «Olvida todo lo que sabes sobre el amor: las relaciones del futuro ya están aquí».
Van Voorst, para escribir estas reveladoras páginas, ha tomado pastillas para enamorarse, ha coqueteado con la Inteligencia Artificial, ha alquilado un amigo humano, y también ha entablado amistades virtuales. «Contraté a una masajista erótica, compartí cama y sofá con muñecos sexuales, concerté citas y salí a bailar en un espacio virtual. Visité burdeles de robots y hablé con poliamorosos, sológamos, pansexuales, trabajadoras sexuales o con personas que han abandonado la idea de tener una orientación sexual fija», apunta la autora. Y el resultado es la publicación, ahora en nuestra lengua, de «Sexo con robots y pastillas para enamorarse» (Deusto).
¿Qué es el amor? La antropóloga trata de responder a este diario de forma telemática: «Hay dos elementos básicos. Uno es el cuidado, que para ti sea importante que esa persona esté bien, y el otro es la combinación entre ambos, que la otra persona te aporte algo. Una buena relación va más allá de ti mismo. Un ejemplo es el sexo, donde hay una diferencia entre tener relaciones con una persona a la que amas o, por ejemplo, masturbarte». A partir de esta base, confiesa la investigadora que el gran objetivo de haber escrito este libro es «hacer una crítica a las variantes ultra románticas del amor que vemos tan a menudo en los medios de comunicación. ¿Por qué no leemos más libros sobre la belleza del amor cotidiano?», plantea.
Todo parece alterarse cuando, a esta ecuación de relaciones sentimentales sanas y comunicativas, se le suma la tecnología. Pero, antes de entrar en escenas que tienden al nerviosismo apocalíptico, no se debe dejar pasar que esto, dice Van Voorst, tiene sus cosas positivas: «Tiene que ver con hacernos más libres a la hora de diseñar nuestras relaciones, que la amistad sea más importante de lo que se suele ver, porque sabemos reconocer mejor a un buen amigo. También se está volviendo cada vez más normal volver a enamorarse a los 80 años y tener una vida sexual maravillosa a esa edad». Muchas tecnologías, asegura, «nos ofrecen interesantes soluciones a nuestros problemas, aunque la industria trate de hacernos ver lo contrario».
Los expertos afirman, según plasma la autora en el libro, que «en 2050, el 10% de los jóvenes no sólo habrá tenido relaciones sexuales con un robot, sino que además querrá vivir con él». También se están desarrollando fármacos que prometen optimizar las relaciones amorosas, así como laboratorios genéticos que te emparejan con tu media naranja. Junto a su actual pareja, Van Voorst experimentó con uno de estos test de ADN, y menos mal que el resultado fue de alta compatibilidad, pues de lo contrario se habría establecido cierto escepticismo: «Fue interesante, porque yo sé que le amo, pero me alegré de que los resultados fueran buenos. Nos sentimos aliviados, y si hubiese salido lo contrario no habría creído en ello», recuerda la autora. ¿Aún queda camino para confiar en estas tecnologías? «Simplifican lo que es el amor, los humanos y el funcionamiento de la conciencia. No son matemáticas, no se puede entender por qué la gente se enamora», responde. No obstante, respecto a las aplicaciones de citas, según la antropóloga «sí confiamos mucho más en ellas que en nuestra propia intuición». Favorecen, por ejemplo, a personas que viven en entornos rurales más solitarios, pero Van Voorst advierte del riesgo a dejar nuestro corazón en manos del algoritmo: «He entrevistado a muchos programadores de estas aplicaciones, y los algoritmos no buscan a la pareja perfecta para el resto de tu vida, porque perderían a un cliente inmediatamente».
Vivir en democracia
De todas las experiencias que ha llevado a cabo Van Roost, la de Nick es, quizá, la más curiosa. No es un ex novio, ni siquiera una persona, sino un robot que contrató como juguete sexual. «No fue su calvicie la que me hizo dudar –escribe en el libro–, aunque contrastaba de forma inesperada con la abundante cabellera de su foto de perfil. Nick era un hombre apuesto, con la mandíbula definida, los abdominales marcados». El origen de su estremecimiento, relata, «no se debía al hecho de que Nick ya estuviera completamente desnudo, en pose de estrella de mar, con la mirada rígida, fija en el techo. Debo reconocer que en parte fue por su erección, casi tan larga como mi antebrazo y, desde luego, igual de gruesa. Lo que me hizo dudar fue la ausencia de alma en Nick». «En absoluto», apunta a este diario, «creo que la gente llegue a enamorarse de muñecos sexuales o romances de la IA. Es divertido probarlo, pero la gente quiere ser sorprendida. Si terminamos cansados o enfadados con esos objetos, los podemos meter en un armario. Eso nunca lo podríamos hacer con un ser humano». No vivimos, por tanto, dentro de un capítulo de «Black Mirror», y estamos lejos de seguir los pasos del personaje que Joaquin Phoenix interpreta [[LINK:EXTERNO|||https://www.larazon.es/her--la-soledad-del-sistema-binario-EE5600431/|||en «Her»]]. «Sí que acabarás en estas ficciones si sigues la narrativa de la industria. Pero es muy importante practicar relaciones reales para vivir en democracia», advierte.
Es complejo, bajo ojos de la investigadora, que lleguemos a depender de los efectos amorosos de un medicamento, aún viviendo en una época donde el concepto «FOMO» («Fear of missing out», «miedo a perderse algo») está a la orden del día. «Tenemos una forma de vida conectada, pero también desconectada. En las grandes ciudades la gente está tan estimulada que tienen menos relaciones porque están muy cansadas», valora, y apunta a que se debe al «neoliberalismo capitalista, que hace que la gente se entrene para ser muy buenos trabajadores, pero se deja atrás el descanso. No se tiene energía para mantener una conversación real». Esa tendencia a la sologamia es «muy preocupante, porque nos hace profundamente infelices. Si nos quitas la interacción nos quedamos huecos por dentro. Por eso, en el último capítulo de mi libro, intento ayudar haciendo preguntas sobre el uso que hacen de la tecnología». Para que tratemos de resolverlas, por nosotros mismos, con nuestros propios cuerpos y mentes.
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¿EL FIN DE LA HETEROSEXUALIDAD?
El libro dedica un episodio a la creciente revolución respecto a la identidad de género, y aclara que los heterosexuales no estamos en peligro de extinción. «No creo que vayamos a ser masivamente homosexuales», opina Van Voorst. Lo que busca transmitir es que «vamos a ir siendo más libres en cuanto a espectro». Va a dejar de ser algo innato que se mantenga inalterable durante nuestras vidas: «Vemos a mucha gente que quiere sentirse atraída por una persona de su propio género, pero en el resto de su vida siguen siendo heterosexuales. Deberíamos vernos más libres, sobre todo la gente joven». Se perderán, en definitiva, la obsesión por las etiquetas.
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