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María Pérez y Álvaro Martín, plata y bronce en marcha y orgullo de los pueblos de España

La marcha es territorio de gente humilde, de pueblo, y a mucha honra: Orce, Guadix, Cieza, Serena... Situadas en el mapa gracias a extraordinarios atletas. "Humildes y ambiciosos", completa Álvaro Martín en el espectacular escenario de los 20 kilómetros de marcha de los Juegos de París, con la Torre Eiffel como testigo, que atraviesan a la ida y a la vuelta, hasta 40 veces en el recorrido de mil metros en el que "navegan" por el Sena cruzando el Puente de Jena, que une la emblemática construcción con los Jardines de Trocadero.

La marcha en España también es territorio de campeones que en la capital de Francia logró sacarse la espina de hace tres años en los Juegos de Tokio. Allí fueron tres cuartos puestos, cambiados ahora, de momento y hasta la espera del novedoso relevo (7 de agosto), por la extraordinaria plata de María Pérez en el año más complicado de su vida y por el fantástico bronce de Álvaro Martín, "lo máximo a lo que podía llegar hoy –admite– porque Ecuador ha estado dos pasos por encima", con Brian Pintado ganando el oro, seguido del brasileño Caio Bonfim. "También tenía más que yo al final", reconoce el extremeño, por eso decidió intentar asegurar el bronce ante el acoso del italiano Stano, el último campeón olímpico, que venía por detrás y que no le dejó ni disfrutar de los últimos metros. "Este era mi tren olímpico", decía Álvaro, y se le rompía la voz recordando lo que pasó en Tokio, ese regreso a casa "muy duro" con la "medalla de chocolate" en el que pensó que, quizá, ya no habría más oportunidades.

Tormenta

Fueron los chicos los que abrieron la competición en una mañana loca, que empezó con una tormenta que casi parte París por la mitad. Se retrasó media hora el arranque de la competición y Martín fue en el grupo principal en todo momento, vigilante pero sin asomar, con Paul McGrath, el joven de 21 años, también resistiendo hasta que sintió una indisposición, "por algo de ingesta o los nervios", reflexionaba (acabó en el puesto 17). Diego García iba más rezagado (terminó el 33).

A falta de cuatro kilómetros quedaban cuatro marchadores para tres puestos en el cajón. El acelerón de Pintado fue impresionante, para hacer unos últimos 1.000 metros inalcanzables. También resistió Bonfim, amenazado con la sanción, y Álvaro se montó en su tren y después pensó en su pueblo, Llerena, de donde viene. "Un pueblo de 6.000 habitantes en el sur de Extremadura", explica; y en su entrenador, José Antonio Carrillo, que de la nada ha montado en Cieza, Murcia, un templo de la marcha al que se fue Álvaro incluso a vivir, haciendo el proceso inverso: Llerena (pueblo)-Madrid (ciudad)-Cieza (pueblo).

 

Se reencuentran el entrenador y el atleta cuando ha pasado como una hora del final y se dan un abrazo eterno. "Mi campeón, mi campeón...", dice el veterano técnico, emocionado, que reconoce que cuando ha visto a su pupilo pasar la meta se ha "hinchado a llorar". "Gracias, te lo mereces", le repite, mientras el sombrero que lleva está a punto de caérsele. Resistió, pero no por mucho tiempo. Mañana lo romperá en la ceremonia de entrega de medallas. Es el sueño de Carrillo, que la primera vez que vio "Carros de Fuego" dijo: "¿Por qué no puedo tener yo un deportista en unos Juegos?". Y estos son los séptimos en los que va un atleta entrenado por él. Ya tiene además, un medallista, y podrá imitar la famosa escena de la película en la que el técnico Mussambini rompe el sombrero de un puñetazo cuando su atleta gana.

Mientras todo eso sucede, la prueba de mujeres ya ha empezado con un cambio de escenario: de la lluvia torrencial al sol sofocante y a una guerra deportiva total. "Siempre digo que las mujeres son más suicidas que los hombres, hay codazos... De todo", analiza María Pérez. Se empieza sin tregua, qué más dan los más de 30 grados y la humedad; se va a tirones y la china Jiayu Yang, la plusmarquista mundial, se escapa de todas y toma ventaja, hasta 40 segundos. La granadina dice que hasta aquí porque el grupo era cada vez más grande y con los parones iba llegando cada vez más gente. "No suelto a nadie", pensó. Y atacó y rompió con todo. Empezó una persecución maravillosa y Yang parecía ceder terreno. Del kilómetro 14 al 17 el oro parece una posibilidad. Se lo dicen a María desde la grada. "Pero era mi batalla perdida", admite, como el tren de Álvaro. Estaba amenazada también por la australiana Jemima Montag, pero a falta de pocos metros puede incluso coger la bandera y disfrutar un poco, ella sí. Llega muerta, pero feliz, e incluso tiene que apoyarse en la valla. La gran actuación la completan Laura García Caro (7) y Cristina Montesinos (10).

 

La plata era de María, la más deseada y la más complicada tras un año de sufrimiento. Después de ganar el Mundial se produjo la lesión más importante de su vida, en el sacro. "El diagnóstico llegó tarde, lo que fueron cuatro meses de desventaja respecto a las rivales", desvela. En noviembre estaba en muletas, en enero empezó a entrenar poco a poco y tuvo que volver a recordar primero la técnica, que a veces le ha dado problemas. Después llegó otro golpe: unos virus porque tenía las defensas bajas. Ya no había tiempo casi, los Juegos estaban a la vuelta de la esquina. "Pero el destino nos ha regalado dos meses increíbles de entrenamiento: dos semanas en casa, en Granada, después en Font Romeu en altitud y catorce días en Barcelona", cuenta su entrenador, Jacinto Garzón. En el penúltimo y último entrenamientos, ya estaba en tiempos parecidos a los del año pasado en Budapest, cuando ganó el oro en 20 y 35 kilómetros. Y María miraba a Jacinto y le decía: "Estoy". Ya lo sabía de verdad, tenía la prueba, aunque antes lo sentía "Ha estado muy alegre, atenta a mí, la he visto feliz esos días en Barcelona, como segura. No sabía qué significaba, pero significaba que ella se sentía bien", reflexiona el entrenador, que esta vez también se ha traído su colección de estampitas. "No son sólo los santos a los que nos acogemos, sino la gente que nos las regala con ese cariño que dice: toma esto, que te protege", asegura Jacinto. Y se pone profundo: "Una vida para esto". "Lo decía en el Mundial, pero es que una medalla olímpica perdura para la historia", añade el técnico que acogió a María cuando apenas era una cría, pero ya destacaba en su pequeño Orce, y se la llevó a Guadix e incluso estuvo viviendo en su casa durante un tiempo.

Rompen el protocolo

Al acabar su prueba María se salta el protocolo y aunque estaba la reina Letizia, corre a abrazar a Álvaro. "Le hemos pedido perdón", narra divertida la marchadora, que también soltó unas lágrimas tras desvelar en quién pensó al superar la meta: "Murieron dos amigos: Ángel, de cáncer, y Nicolás el policía local del pueblo con el que iba a desayunar todos los días", cuenta llorosa, con su acento de «Graná», orgullo de pueblo.

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