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Nadal, uno de los cinco anillos olímpicos

Nadal, uno de los cinco anillos olímpicos

Rafa se despidió de los Juegos igual que empezó hace veinte años: con una rotunda derrota en dobles que no empaña para nada su monumental aportación al olimpismo 

El palmarés olímpico de Rafael Nadal se detuvo en dos medallas de oro. La pareja Ram-Krajicek demostró en el cuarto de final que los doblistas son también jugadores de alto nivel, muy complicados de batir en lo suyo, y cerraron la historia del manacorense en los Juegos de la misma forma que empezó: con una rotunda derrota en dobles, igual que aquélla en primera ronda de Atenas 2004, cuando los brasileños André Sa y Flavio Saretta eliminaron en primera ronda al dúo balear que Carlos Moyá se empeñó en componer con ese chico que tan alto apuntaba. Luego, se paseó en Pekín, lloró por no ser el abanderado en Londres y se resarció en Río por partida doble: desfilando al frente del equipo español en la ceremonia inaugural y sumando otro oro emparejado con Marc López.

Nadie como Rafa Nadal ha encarnado en España, y fuera, el espíritu olímpico. Si el COE necesitase elegir la silueta de un deportista para su logo, como Jerry West en la NBA, sería el tenista, cuyo palmarés se puede echar a pelear con el de algunos otros ilustres atletas, pero que se ha implicado a fondo siempre que ha tenido que jugar por la patria tanto en la Copa Davis como en los Juegos.

Cuando Tony Estanguet, todo un triple campeón olímpico, fue puesto al frente del comité organizador de París 2024, lo primero que dijo fue que deseaba «poner a los deportistas por delante». Entre los cuatro elegidos para el paseo en barco de la inauguración, no sobraba nadie. El quinto elemento eran los veinte campeones franceses que hicieron los últimos relevos hasta el pebetero. A Rafa, junto a Serena, Carl Lewis y Nadie Comaneci, lo invistieron como uno de los cinco anillos olímpicos. Algunos más lo habrían merecido, claro, pero lo eligieron a él en la misma ciudad en la que le han erigido una estatua. Media España, sin embargo, lo mira todavía con gesto torcido. Así somos, amigos, qué penita da.

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