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Entre Camus y García Márquez: aquellos que luchaban por amor

Entre Camus y García Márquez: aquellos que luchaban por amor

En «Gran atlas de la desorientación» el escritor y pintor Paco Pérez Valencia se pregunta: ¿dónde están los intelectuales?

Un día dijo «basta». Ya era suficiente. Once años son bastantes días, y cada uno de ellos reunía cartas, fotografías, recortes de periódicos o dibujos, con los que trataba de conectar su idealismo artístico con la realidad mundana. Pero un día Paco Pérez Valencia confirmó su más temida sospecha: la humanidad tiene una tendencia incurable hacia el abandono. Esa mezcla de esperanza y hartazgo era consecuencia de que las voces «críticas de gente comprometida con su tiempo habían dejado su lugar a la estupidez del mundo, a la mayor banalidad humana». ¿Dónde estáis, intelectuales del mundo? Se plantea y cuestiona el artista y escritor, y desde la imaginación más inquieta reivindica este inminente desamparo a través del libro «Gran atlas de la desorientación» (Renacimiento).

Un inmenso palacio de cristal

Pérez Valencia es pintor, y esta obra funciona como un lienzo con letras en lugar de trazos. Unas páginas combativas e inclasificables, donde el autor se une a ese club de intelectuales casi extintos que abrazaron el mundo hasta volverse locos por ello. Escribe Pérez Valencia que «necesitamos amar este mundo para luchar por él». Y entre estos guerreros figuran Albert Camus, Federico García Lorca, Pier Paolo Pasolini, Mario Vargas Llosa, Gabriel García Márquez, Charles Bukowski o Claudio Magris. A todos estos nombres, y muchos más, se los encuentra un pasajero que, a bordo de un vagón de ganado atestado de personas, cierra los ojos y se abandona a su imaginación. A través de ella llega a un palacio de cristal, rodeado de mar, inmenso, lleno de estancias, y allí ve a esa gente que discute, grita y dialoga alrededor de un gigante banquete. Conversan autores vivos y muertos sobre las miserias de la vida, tanto pasadas como actuales. También está el niño muerto de Sarajevo, y hasta el preso número 44.904 de Buchenwald. Una sobrecogedora estampa al estilo de una Torre de Babel del intelecto y el saber, que el escritor ha edificado de una forma casi tan apocalíptica como ansiando su existencia.

«Necesitamos ideas», escribe, «líquidas», pues solo así son capaces de filtrarse por todas las rendijas de nuestras mentes. «Nada es más mísero que tener talento y no brindarlo al mundo», añade quien un día dijo basta, pero no por ello dejó de observar el mundo del que no siente patria, pero sí un profundo y contradictorio amor.

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