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Ray Zapata se queda corto en la final de suelo

Conversaba Benjamín Bango con el psicólogo Pablo del Río a pie de tapiz, mientras los finalistas de la prueba de suelo se ejercitaban contorsionando su cuerpo y relajando los músculos. Es la imagen de este deporte: la mezcla perfecta de mente y cuerpo en un momento determinado, en dos minutos de ejecución. Donde Ray Zapata, una vez el escenario es suyo, completa una rutina segurísima, pero que se queda lejos de las dificultades de sus rivales. Un 14.333 que sabe a muy poco incluso para el público y que lo baja de la plata a la séptima posición porque sus rivales sí ofrecieron mayor valentía en la elección de sus saltos. Aquella plata en Tokio lo puso en boca de todos. Para bien, una medalla estupenda que a punto estuvo de ser oro, pues compartió nota con el israelí Dolgopyat, plata en París, pero se lo llevó este porque su ejercicio tenía más dificultad. Y para menos bien, porque parecía que siempre tiene que demostrar lo que vale, aunque dice que no le afectaba porque solo quería hacer suyo el mejor ejercicio posible. Sí le ha afectado un cortísimo ciclo olímpico plagado de inconvenientes. Estuvo en ese coche que se salió de la carretera cuando circulaba con sus compañeros. Fue el primero que llegó hasta Joel Plata, que había salido despedido por la ventanilla. En su propio cuerpo, una rotura en el gemelo interno que lo dejó sin saltar durante dos meses. «Tiene problemas a nivel genético en el tendón de Aquiles del que se operó y estuvo muchos meses parado antes de Tokio. Se resintió en la preparación y en el Campeonato de Europa no pudo estar. Cubrió esa ausencia con más preparación psicológica y de nutrición, hasta que recuperó el paso por el tapiz. En casa, más problemas de gravedad. »Mi padre estuvo a punto de fallecer -por una enfermedad neurológica, por la que terminó ciego-. Y eso te desestabiliza emocionalmente. Una de las cosas que me ayudó a seguir luchando por mis objetivos ha sido él. Le decían que se iba a ir y ahí sigue el tío. Con un par. ¿Cómo no voy a luchar yo por mi sueño?«, decía a este periódico poco antes de aterrizar en París. Aquí llegaba con la anécdota de que este 3 de agosto también su amiguísima Ana Peleteiro compite en su final. Como en aquel Tokio en el que brillaron los dos el 1 de agosto. Señales. Y con un ejercicio con el que buscaba los quince puntos, que sabía eran los que darían las medallas. Sin forzar, a lo suyo, asegurando lo que sabe hacer de maravilla. «Trabajamos en que tuviera unas determinadas dificultades que le permitieran tener ese 15 de nota final, un 8.60 de ejecución. Imaginamos otro repertorio con acrobacias enlazadas. Asegurar la puntuación lo hace muy bien», explicaba a este periódico Benjamín Bango, seleccionador nacional. Cumplió su parte del plan, clavadas todas sus diagonales, sin errores, impecable. Pero corto. Porque se salió un centímetro en la última sucesión lo que agravó el punto de partida. Una nota de 14.333, después de varios minutos de angustiante espera para que los jueces revisaran ese talón que salía del blanco, que no fue suficiente para acercarse al podio. Porque a partir de su actuación, los rivales fueron pasando por un tapiz en el que dibujaban más alturas, más giros y aunque podían caer en dos veces en lugar de una, era suficiente para que el peso de la dificultad minimizara las penalizaciones. Inapelable en cualquier sentido fue el ejercicio del filipino Carlos Edriel Yulo, emocionado cuando terminaron todos los demás porque su nota de 15.000 lo llevaba al cielo olímpico. Por detrás, Artem Dolgopyat (14.966) y Jake Jarman (14.933). Sin opciones para Zapata esta vez, que no puede repetir podio, pero sí una imagen para el álbum familiar. Si en Tokio su hija Olympia lo veía por televisión, esta vez estaba en sus brazos cuando salió del pabellón de Bercy. El equilibrio emocional después de un ciclo complicado y una final en la que se quedó corto.

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