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Julian Alfred y Thea Lafond o cómo poner dos países en el mapa

La universalidad de los Juegos no es sólo un bonito lema, sino una realidad inspiradora, la mayor enseñanza que puede extraerse de la práctica deportiva: todos tienen una oportunidad de ganar, por pequeña que sea. El atletismo reina entre todas las disciplinas porque casi no necesita reglas más allá del adagio clásico: «Citius, altius, fortius». En la primera gran jornada de finales en Saint Denis, dos pequeñas islas del Caribe se unieron al club de los medallistas olímpicos. La esprínter Julien Alfred y la triplista Thea Lafond (honor a Ana Peleteiro también en la derrota) pusieron, literalmente, a sus países en el mapa.

Al término de los Juegos invernales de Pekín de hace dos años, 68 de los 206 comités olímpicos nacionales esperaban aún su primera medalla olímpica. En un deporte cada día más tecnificado, no es fácil que archipiélagos con unas cuantas decenas de miles de habitantes alcancen la excelencia. Las Caimán rozaron la gesta en la piscina, en los 50 metros libres, donde Jordan Crooks fue octavo tras firmar el tercer mejor tiempo de las semifinales. Santa Lucía y Dominica se estrenaron como lo hicieron en Tokio San Marino, Burkina Faso y Turkmenistán.

Los santalucenses rozaron la gloria en Río 2016 con Levern Spencer, saltadora de altura que quedó sexta el día de la consagración de Ruth Beitia. El triple parece el deporte nacional de los dominiqueses, que ganaron el bronce mundial con Jerome Romain el día en que Jonathan Edwards saltó en Gotemburgo sus míticos 18,29 metros, récord vigente desde 1995 que perseguirá nuestro Jordan Díaz esta semana. A los atletas antillanos se les da bien el estadio olímpico de París, donde Kim Collins ganó en 2003 un oro universal en los 100 metros para San Cristóbal y Nieves. El aeropuerto de Basseterre, la capital cristobaleña, lleva desde entonces el nombre de un velocista que nunca pudo brillar en los Juegos.

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