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El pleito de los flamencos

Una imagen que se repite con frecuencia en los humedales costeros andaluces y levantinos es la de una bandada de flamencos vadeando aguas someras en busca de su alimento primordial: microorganismos acuáticos, especialmente crustáceos, sus huevos y sus larvas. Pertenecen a la conocida como población de flamencos del Mediterráneo Occidental , que se extiende desde Camarga, por el norte, hasta Senegal, por el sur. El flamenco mediterráneo, 'Phoenicopterus ruber', es una de las seis especies que existen en el mundo. Su especialización en medios muy salados constituye un ejemplo elocuente de adaptación evolutiva a hábitats extremos. Al flamenco también lo encontramos en aguas salobres y dulces; no obstante, es en las más salinas donde no tiene competencia a la hora de encontrar su alimento. En las marismas del Guadalquivir siempre ha estado presente. Sin embargo, nunca ha sido considerada como una especie propia de caza, ya que su carne no resulta gastronómicamente atractiva, ni su tiro es particularmente deportivo. Aun así, en los viejos diarios de caza aparecen ocasionalmente flamencos cobrados durante las cacerías de patos y ánsares, pues ha existido la creencia de que donde comen estas aves desaparecen las querencias de los patos, debido a que por su peculiar forma de procurarse el alimento destruyen las pequeñas plantas sumergidas que aquellos buscan. Por eso, los guardas de caza marismeños han animado siempre a los cazadores a disparar a los flamencos cuando estos entran a las posturas. También se cuentan historias de cazadores profesionales que disparaban a los flamencos con la 'escopeta gorda', a veces cuando estaban concentrados en la colonia en pleno proceso reproductor y obtenían así abultadas perchas de un solo disparo. Las aves abatidas eran luego vendidas, desprovistas de patas y cuello, como si fueran patos, en los mercados locales. Yo fui testigo en directo del relato de una de estas masacres, provocada en una colonia de cría en Isla Mayor por parte de un conocido furtivo de Trebujena. Durante casi dos siglos y hasta finales del XIX, existió una discusión en los círculos ornitológicos internacionales acerca de la postura que adoptan estas aves a la hora de incubar su único huevo, el cual colocan sobre unas estructuras troncocónicas de barro, agrupadas en densas colonias, localizadas generalmente sobre islas o elevaciones en el interior de las zonas húmedas. Todo empezó a raíz de la publicación de una crónica por parte de un tal Dampier (1652-1715), naturalista y bucanero británico de quien se dice que inspiró el personaje de Robinson Crusoe en la novela de Daniel Defoe. Dicho relato narra el hallazgo de una colonia de flamencos en la isla de Cabo Verde y explica que estos se colocaban a horcajadas sobre el nido para llevar a cabo el proceso de la incubación. Ello a diferencia de todas las demás aves, que se sientan sobre los huevos con las patas plegadas por la articulación. El relato ya resultaba dudoso desde el momento en que databa el hallazgo en el mes de septiembre, lo que resulta una fecha tardía para la reproducción de la especie en el hemisferio norte. Con el ánimo de aclarar lo que se llegó a conocer como la 'incunábula' del flamenco, ornitólogos conocidos intentaron durante años y sin mucho éxito encontrar y describir adecuadamente una concentración de cría de estas rosadas aves. Entre ellos, visitaron nuestra marisma con tal objetivo lord Lilford y Howard Saunders en 1856 ; e incluso la expedición científica dirigida a España y organizada por el príncipe Rodolfo de Austria en 1879, quien se hizo acompañar del insigne naturalista alemán Alfred Edmund Brehm. Ninguno lo consiguió, así que Abel Chapman y Walter John Buck, los coautores de 'Wild Spain' (1883) y 'Unexplored Spain' (1910), se propusieron resolver de una vez el enigma. Eran ambos ingleses, asentados en Jerez por su vinculación con el negocio del vino y además cazadores, naturalistas y aventureros que recorrieron prácticamente todos los espacios naturales más salvajes de España con la escopeta y los prismáticos. La crónica de sus cacerías y sus hallazgos científicos está recogida en los dos famosos libros citados anteriormente. Desde su base en Jerez, el Recreo de las Cadenas, hoy sede de la Real Escuela Andaluza del Arte Ecuestre, los dos amigos organizaron varias expediciones exploratorias a la marisma, que no resultaron precisamente un paseo campestre. En una de ellas perdieron una mula valorada en 60 libras esterlinas y Chapman contrajo la malaria «debido a la temperatura fría del agua bajo un sol infernal». Finalmente, el 9 de mayo de 1883, se toparon en lo más profundo del humedal, probablemente en Las Nuevas, con la ansiada colonia de cría de los flamencos. Así pudieron confirmar en sus publicaciones que estos patilargos, al igual que todas las demás aves, se sientan para incubar el huevo plegando las patas. De esta manera echaron por tierra el alarde imaginativo del pirata Dampier, quien dos siglos antes había originado este conflicto ornitológico. En el mismo viaje, los cazadores naturalistas británicos observaron por primera vez los camellos salvajes de la marisma, cuya existencia también había levantado polémicas. Acerca de uno y otro descubrimiento escribieron Chapman y Buck en sus libros sobre España y a raíz de la publicación del segundo, 'Unexplored Spain' (Londres, 1910), aparecieron diversas críticas en distintos medios, todas ellas positivas a excepción de una, de autor anónimo, publicada en la revista 'Saturday Review'. En ella se ironizaba con dureza sobre los autores por haber 'descubierto' la postura en que incuban los flamencos y la existencia de camellos salvajes en la marisma. Chapman adivinó de inmediato la autoría de la malévola crítica. Se trataba de otro británico, el coronel Willoughby Cole Verner, cazador y naturalista como él y por tanto rival y también autor de otro libro sobre naturaleza y caza en España, 'My Life among the Wild Birds in Spain' ( Londres 1909). Así las cosas, escribió sendas y duras cartas al director de la revista 'Saturday Review' y a sus propietarios en las que los acusaba de difamación y mala fe. El tono de la polémica adquirió tal altura que el asunto, en el que también se había personado Verner, fue llevado a los tribunales y los periódicos se hicieron eco de él llamándolo 'flamingo case', que generó gran expectación entre los lectores londinenses. El juez encargado de impartir justicia consiguió convencer a los abogados de las partes para que llegaran a un acuerdo antes de tener que dictar sentencia y así se escribieron mutuas cartas de disculpas para satisfacción general. Una resolución que difícilmente podría haber tenido lugar fuera de las lindes de la Gran Bretaña . Esta historia real con connotaciones de ficción aparece magistralmente documentada con ribetes de fino humor por Santiago de Mora Figueroa, marqués de Tamarón, en la semblanza que sobre el autor escribió para la versión española del antes mencionado libro de Verner, 'Mi vida entre las aves silvestres en España' (Círculo de Bibliofilia Venatoria, Madrid, 2000; Sociedad Gaditana de Historia Natural e Instituto de Estudios Campogibraltereños, 2017), cuya traducción es obra mía. Santiago, que es bisnieto de Walter J. Buck, contó para ello con el amplio fondo documental que se guarda en el castillo de Arcos de la Frontera, su casa, y lógicamente con la propia información familiar. Es digno de mencionar que la descripción que Chapman y Buck hacen de la colonia de flamencos de las marismas del Guadalquivir en 1883 es muy parecida a la que hizo Tono Valverde 80 años después, 1963, de la que encontró en la laguna de Fuente de Piedra (Málaga). Personalmente puedo confirmar que ambas descripciones reproducen con exactitud lo que yo interpreté cuando por primera vez visité una colonia de flamencos. Fue en 1970, en el Pacil de las Baquiruelas, Las Nuevas, en lo más interior de la marisma.

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