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David Guetta: el jeta en Valencia y más allá

Fue en una fiesta organizada por el campeonato Mundial de Fórmula 1, pero el discjockey francés David Guetta no pudo arrancar más lento. Se marcó dos horas de retraso porque sufrió un «problema técnico en el ordenador» donde guardaba sus archivos sonoros y tuvo que regresar al hotel para solucionarlo. Mientras tanto, 80.000 fans fiesteros aguardaban impacientes, hasta el punto de que terminaron con la reserva de bebidas del recinto. ¿Es legítimo hacer esperar tanto a tus devotos? Parece que Guetta, que lleva años forrado y reforrado, vive estas cosas como si le resbalaran. Siempre habrá otra fiesta esperando en algún sitio.

Todo esto pasó en la noche del viernes 24 al sábado 25 de junio de 2011. Tampoco seamos tan duros: un retraso le puede ocurrir a cualquiera, aunque en su caso no ha sido la único incumplimiento en España. Pero aquí no hablamos solo de falta de formalidad, sino de una propuesta artística muy pobre. Por un lado, tiene el mérito de haber logrado colar sonidos house en las listas de venta de Estados Unidos, gracias también a su selecta alineación de featurings de superventas del pop negro (Kelly Rowland de Destiny’s Child, Black Eyed Peas, Akon…). Por otro, es el pionero de una generación que factura demasiados himnos donde se encuentran lo peor de la electrónica (efectismo barato) con lo peor del rock and roll (mesianismo de neón, confeti y láser). Igual que Lenny Kravitz es rock para la gente a la que no le gusta el rock, Guetta es electrónica para la gente a la que no le gusta la electrónica.

Nadie llega al estatus del DJ francés sin aportar algo sustancial: su música supo meter un chispazo fiestero a la radiofórmula agotada de los dosmiles y además abrir el paso al EDM, la «Electronic dance music», fiebre pop que por primera vez en la historia llevó a los DJs a actuar regularmente en los grandes recintos deportivos de Occidente. Guetta sabe pescar público masivo, aunque sea rebajando el voltaje de la propuesta cultural…muchas veces hasta la nada. En los guiñoles de Canal Plus Francia le parodiaban componiendo música con graznidos de patos o con aquel juego llamado Simón, una consola rudimentaria que solo tenía cuatro teclas, cuatro sonidos y cuatro colores. Algo de eso hay.

¿Avería o desidia?

¿Otro ejemplo de la jeta de David Guetta? En verano de 2018 dejó tirados en Santander a 10.000 fans, disculpándose con un vídeo desde el aeropuerto de Moscú, desde el que alegaba una avería del avión. Al día siguiente actuó en el emblemático festival Tomorrowland (Bélgica), mientras el público cántabro echaba humo por las orejas porque no estaba claro si les iban a devolver el dinero y además los promotores juraban que la empresa de vuelos privados de Guetta tenía un servicio de aviones de sustitución para cuando se produjese un fallo técnico. Avería o desidia, está claro que es un riesgo delirante aceptar tres conciertos seguidos en tres lugares tan lejanos de Europa, ya que cualquier mínimo contratiempo se traduce en retraso sustancial o cancelación. El éxito sin medida lleva a creer que «todo vale». Hasta ahora nada le ha pasado factura.

El público de Valencia no es tonto, así que las hojas de reclamaciones se agotaron. Las entradas no eran caras, pero tampoco baratas: 50 euros por el pase general y 200 por la zona VIP. Bastante dinero, en realidad, por escuchar una sesión más previsible que los discursos de aceptación de los Goya. La despedida también tuvo su miga: a pesar del épico retraso, cerró solamente media hora después de los previsto, mientras los fans le gritaban «otra, otra, otra». Guetta se negó para «evitar que venga la policía» y aprovechó el momento (con todo su santo morro) para despedirse al grito de «Nos vemos en Ibiza», emplazando a los presentes a su carísima fiesta «F**ck me, i’m famous» de Pachá. La vida es no venirse abajo por nada, subir a la limusima y sonreír hasta el próximo sainete electrónico, del que volver a salir como se pueda.

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