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Trinidad y Tobago vuelve a dejar a España fuera de juego

Apenas once kilómetros marítimos separan la costa suroeste de Trinidad y Tobago de la noreste de Venezuela. Una cercanía que, de un tiempo a esta parte, no es sólo física sino también política. La complicidad del primer ministro del país caribeño, el izquierdista Keith Rowley, con el sátrapa chavista [[LINK:TAG|||tag|||633617945c059a26e23f7def|||Nicolás Maduro]] es pública y notoria, al punto de que el ejército trinitario abrió fuego hace un par de años contra un buque repleto de refugiados venezolanos que huían de la miseria económica y moral de su devastado país, cobrándose la vida de un bebé.

Los lazos petrolíferos también son estrechos entre ambas naciones, ya que, a diferencia de otras islas caribeñas, las de Trinidad y Tobago (especialmente la primera) tienen su mayor fuente de riqueza, al igual que Venezuela, en el oro negro, quedando el turismo en segundo plano.

No está claro que sea debido a la flamante influencia o el ascendente del chavismo en Trinidad y Tobago, o si es que la ola hispanófoba, revisionista, anticolonialista y «woke» ha tomado dimensiones de pandemia en todo el continente americano (al que ahora hay que llamar [[LINK:INTERNO|||Article|||6676f1e17e83b0e4a36dc158|||«Abya Yala»]] si no quiere ser uno acusado de colonialista), afectando también a este pequeño archipiélago de las Antillas.

La cuestión es que el ejecutivo de Trinidad y Tobago ha tomado la decisión de eliminar las tres carabelas de [[LINK:TAG|||tag|||633618a859a61a391e0a150b|||Cristóbal Colón]] (La Niña, La Pinta y La Santa María), quien llegó a la isla en julio 1498. Tres buques españoles que lucen desde 1962, año de la independencia del yugo británico, en su bello escudo nacional, flanqueado por un ibis escarlata y un cocrico (aves autóctonas), y que serán sustituidos por unos «steelpan», los famosos tambores metálicos de la negritud que marcan el ritmo del calipso y el candombe en el carnaval trinitense.

El país está inmerso en un proceso de descolonización o revisión histórica, dentro del que se celebrará próximamente una audiencia pública sobre si se deben retirar ciertas estatuas, letreros y monumentos. Un borrado histórico que hace sospechar que hasta la capital del país, Puerto España, pueda ser cambiada de nombre.

No es la primera vez que Trinidad y Tobago se la juega a España, probablemente el país que mejor ha tratado estas islas de tantos en cuyas manos han estado sometidas, ya que hay un infame precedente en el siglo XXI. Concretamente, el 22 de junio de 2002. ¿Se acuerdan?

¡Sí, claro! Cómo olvidar el nombre de Michael Ragoonath, aquel inepto linier trinitense, a las órdenes del árbitro Al Ghandour, que anuló el legalísimo gol de Morientes a centro de Joaquín en el partido de cuartos de final del Mundial de Corea y Japón, que enfrentaba a la Selección Española con la coreana, impidiendo el pase de La Roja a semifinales por primera vez en su historia.

Ragoonath, sí, es uno de tantos hijos de Trinidad y Tobago de origen indio. Y es que este país está repleto de descendientes de los nacidos en la India (perdón, quise decir Bharat), que los británicos se trajeron de allá como mano de obra barata para reemplazar a los esclavos negros del África cuya patente de explotación a manos inglesas expiró.

Ya podía el gobierno del país, en fin, plegar velas y quitarse la corona de Su Majestad del escudo, dejando ahí, bajo la pareja de colibrís, las tres bellas cáscaras de nuez que salieron un 3 de agosto del onubense puerto de Palos para cambiar el rumbo de la historia.

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