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Ana Fernández: «Los actores no cobramos pastizales. Es una carrera de lucha, una selva, y mientras trabajamos la ansiedad»

Es perseverante, hija de su generación. Ana Fernández actúa por vocación, por pasión, pero también para vivir. Es lo que le gusta, pero sobre todo lo que le da de comer. Algunas veces más que otras. Es consciente que el trabajo de la actriz «está romantizado. Es muy cruel, porque siempre estás cuestionándote. Que si eres la más guapa, la que tiene más seguidores, que si estás más vieja». Salvo pocos nombres, en el mundo de la interpretación «no cobramos pastizales. Es una carrera de lucha, es una selva, para ver quién está más de moda y mantenerte, mientras trabajas tu ansiedad e inseguridades», confiesa. Y lo reivindica sin titubeos, apenas poco después de descolgar el teléfono. Pues si algo define a la actriz, además de su cultivada carrera profesional, es su carácter práctico, realista, de decir verdades sin necesidad de rogarlas, de reclamar y quejarse, que es satisfactorio y gratis.

Fernández forma parte de una generación de actores y actrices que arrancaron jóvenes en el mundo del cine y la televisión. Una, insiste, «muy luchadora. Nos topamos con la crisis de 2008, y nos hemos ido adaptando a las realidades sociales». Comenzaron cuando aún se despedían de la adolescencia, «y nos la han intentado colar muchas veces. Hemos tenido que ir forjando un carácter». Y la de «Los Protegidos» vaya si lo tiene. Ha perfilado una opinión férrea ante las complejidades de su profesión, sobre las que habla abiertamente. Asegura que no debería ser la única en poner los puntos sobre las íes. «No entiendo cómo compañeros y compañeras no se echan a las calles y dicen públicamente un problema muy grave que está pasando con todo nuestro sector de la interpretación y los derechos de imagen».

Fernández se mete de lleno en el tema más candente: ¿es la IA invasiva para los intérpretes? ¿hasta qué punto la tecnología es aliada y a la vez amenaza en su profesión? Con el estreno de «Las chicas del cable», primera serie original de Netflix producida en España, la actriz fue parte del aterrizaje de las plataformas en el panorama audiovisual nacional. «Y ahí hay una cláusula donde tú estás cediendo literalmente tus derechos de imagen al universo y para toda la eternidad», subraya. No importa cuántas veces se reproduzcan sus capítulos, en cuantos países ni por parte de cuánta audiencia. Ya no se mide como tradicionalmente se hacía en televisión. «Tendrían que pagarnos tanto que lo mejor es no hacerlo. Los actores estamos desprotegidos, cuando podríamos vivir tranquilamente de ello. Estamos en un régimen lamentable, no como, por ejemplo, en Francia, donde a los actores se les congela la declaración de la renta cada tres años. A nosotros nos quitan la mitad de nuestro sueldo anualmente, cuando ni siquiera sabemos si en los meses siguientes vamos a trabajar o no», analiza.

Zonas de confort

¿Cuál es el antídoto ante tal descontrol? A la espera de cualquier regulación, «abrir el abanico», afirma. Innovar, actualizarse, con proyectos como el que recientemente ha estrenado con Audible: da vida a Meredith en «Viudas, jóvenes y ricas», una obra original de la plataforma de audiolibros. Un thriller, ambientado en Rhode Island en 1985, que narra la historia de cuatro mujeres que se enfrentan a las misteriosas y trágicas muertes de sus maridos. «En este trabajo solo entra en juego tu voz», define Fernández, «y es algo muy enriquecedor, porque descubres muchas cosas que a lo mejor actuando en una serie no percibes».

La también cantante no teme a la hora de salir de su zona de confort. Aunque confiesa a LA RAZÓN algo con lo que sí dudaría a la hora de firmar: «Tendrían que ofrecerme un personaje de tal envergadura, que el proyecto fuese la repanocha, como para que me exponga a un desnudo integral. Pero como eso no entra aún en los presupuestos de España, estoy tranquila». Admira «la libertad física» de las mujeres que se exponen de esta guisa en cine y televisión, porque «son rompedoras, que enseñen sus cuerpos conlleva un esfuerzo mayor que lo haga un hombre». Pero «yo no lo paso bien». Valora la existencia de «los coordinadores de integridad, porque dan consejos y puedes negociar cómo se te va a ver. Hay un cuidado muy grande en este sentido, no quiero imaginar cómo lo pasaron nuestras antecesoras, ellas no tenían ningún tipo de protección». Pero eso no es para ella. «Y no pasa nada, porque lo importante es que hay que respetar el guion y no forzar la maquinaria», opina. Y tras, en definitiva, defenderse, tras suspirar con alivio por no cohibirse durante más de una hora y antes de colgar, subraya que no solo hay oscuridades en su profesión: «Emocionar, que la gente llore con tu trabajo, que disfrute, formar parte de infancias o de otras épocas vitales, merece la pena». Y por ello lo sigue intentando.

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SOBREVIVIR ENTRE INTRUSOS

Entre la falta de regulación ante la IA o sobre el buen uso de los derechos de imagen, el sector de la interpretación sufre otro problema, y esta vez viene desde dentro. «Se ha multiplicado muchísimo el intrusismo», denuncia Fernández, «en vez de cuidar a los actores que tienes hartos de trabajar, hay quienes deciden ir a un pueblo o a una universidad a encontrar a gente que se quiera dedicar a esto, y los contratan. Con todas esas personas que han hecho sus carreras y que están trabajando de camareros para pagarse la vida, ¿por qué tiene que pasar esto?», plantea.

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