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Juan Nsue Edjang Mayé, arzobispo de Malabo: «La estabilidad de Guinea Ecuatorial es fruto del camino recorrido con España»

«Para nosotros, España es la madre». Con esta franqueza, el arzobispo de Malabo arranca su diálogo con LA RAZÓN, orgulloso de unos lazos fraternales que se traducen en mucho más que una declaración de intenciones: «Hay una relación entrañable y amistosa con la Iglesia española, que se traduce en una cooperación permanente. De hecho, todos los libros litúrgicos que utilizamos son los elaborados por la Conferencia Episcopal Española». Juan Nsue Edjang Mayé tiene 66 años. En 2011, Benedicto XVI le nombró obispo de Ebebiyín y en 2015 Francisco le fichó para estar al frente de la archidiócesis de la capital ecuatoguineana.

¿Cuáles son los principales retos de la Iglesia ecuatoguineana?

La formación, con la mirada puesta en la espiritualidad. En nuestra Conferencia Episcopal de Guinea Ecuatorial tenemos el reto de educar a nuestros jóvenes en Doctrina Social de la Iglesia, en clave de Evangelio. Esto significa releer otra vez el Evangelio en el contexto histórico, en que estamos viviendo, en la línea en la que nos plantea el Santo Padre. Francisco nos pide que conformemos una Iglesia en salida, o lo que es lo mismo, acoger el mensaje de Jesús para leerlo e interpretarlo desde los signos de los tiempos y según el magisterio eclesial. Estamos llamados a aterrizar las orientaciones del Papa Francisco en nuestro contexto cultural africano.

Los vínculos con la Iglesia española se han forjado gracias a la presencia de los misioneros. ¿El clero nativo ha tomado ya el relevo y se puede decir que la Iglesia ecuatoguineana es adulta?

Sí, ciertamente el relevo es total. La influencia española no se da solo en el campo eclesiástico, sino también en el ámbito político. La estabilidad de Guinea Ecuatorial es fruto de un camino recorrido con España. Aun con la independencia, la presencia y cooperación entre ambos países permite que se haya dado un acompañamiento constante, sabiendo cuidar el legado recibido. España no ha abandonado a sus colonias a su suerte. Y lo ha hecho, no con imposiciones ni presiones, sino desde un acompañamiento sincero para promover el desarrollo y el crecimiento de nuestro país. Esto se ve muy bien en la misión de la Iglesia. Hoy ya toda nuestra Conferencia Episcopal está formada por obispos nativos, pero seguimos contando con la experiencia y sabiduría de esos misioneros españoles, y también de otras partes del mundo, que nos han contagiado la fe y que siguen aportando su sabiduría. Es especialmente significativa la aportación que las congregaciones españolas han hecho y continúan haciendo en el campo de la educación católica. Yo, particularmente, estoy muy agradecido por la ayuda que estamos recibiendo en la formación de los sacerdotes. Son muchas las diócesis españolas que están acogiendo a seminaristas guineanos y nos han abierto las puertas como si fuera nuestra propia casa.

¿Qué aporta África a la universalidad de la Iglesia?

Fundamentalmente, dinamismo. Cada vez que viajo a Europa encuentro un continente envejecido y, además, cansado. Se refleja, por ejemplo, en la liturgia. No solo porque los templos se estén vaciando o solo queden personas mayores, sino porque además da la sensación que la gente tiene prisa por marcharse. Nuestras celebraciones tienen más vida, es el centro de la vida comunitaria, que se refleja en la alegría de nuestros cantos y nuestras danzas, en la implicación de todo el Pueblo de Dios. Desde fuera, hay quien pudiera pensar que los bailes en las eucaristías son algo profano. Sin embargo, para nosotros es expresión de lo que nos mueve por dentro: nuestra espiritualidad se refleja en nuestro ritmo, música y juventud.

¿Juventud es igual a más vocaciones?

Sí, tenemos muchos sacerdotes. Nuestros seminarios están llenos. Precisamente por eso, estoy convencido de que, África en general, y Guinea ecuatorial, en particular, tiene que devolver a España la entrega de tantos misioneros y misioneras. En un momento en el que España necesita un impulso evangelizador estamos disponibles para aportar nuestro dinamismo, para dar lo que nosotros recibimos antes.

¿Qué papel juega la Iglesia ecuatoguineana en el desarrollo social del país?

Estamos aportando mucho. O al menos, lo intentamos. Fíjese, en las misas de todo el planeta, antes de comulgar, los católicos hacemos una petición a Jesús. Decimos: «Concédenos la paz y la unidad». Nosotros no nos tomamos a la ligera esta frase. La paz es el principio del desarrollo y la Iglesia en Guinea Ecuatorial aporta ese encargo que nos hace Cristo. Somos un agente que busca ser puente, promover la estabilidad y, como dice el Santo Padre en su encíclica ‘Fratelli tutti’, hacer realidad la amistad social. Es cierto que, nuestro país, como otros tantos, ha pasado por momentos de dificultad, pero hemos sabido encauzar el sufrimiento y los problemas desde la paz, sin caer en guerras entre hermanos. Estoy convencido de que la Iglesia ha jugado un papel fundamental para que esos conflictos que surgen en cualquier sociedad los hayamos resuelto como hermanos, sin violencia. La pluralidad cultural y étnica la vivimos como una riqueza espiritual, frente a las guerras que se han generado por estos motivos en otras latitudes de África. El guineano, por naturaleza, es un hombre de paz. En este ámbito, sí me preocupa que, por influencias de culturas ajenas a nuestra idiosincrasia se han visto algunos pequeños brotes de jóvenes violentos, pero, gracias a Dios, son pocos y se han sabido identificar y controlar a tiempo. Por otro lado, aunque nuestra esperanza no está en el desarrollo material, sino en el crecimiento y el conocimiento de Cristo, también trabajamos diariamente por promover la igualdad, por salir al encuentro de los más pobres.

¿Se puede deducir entonces que la relación entre la Iglesia y el Estado en Guinea Ecuatorial es de colaboración mutua?

Por supuesto. Esa es otra de las herencias que hemos recibido de los misioneros españoles. La evangelización siempre ha tenido lugar bajo los principios de la convivencia. Cuando Isabel II encargó a los misioneros claretianos que evangelizaran nuestra tierra, no solo trajeron la fe, sino que además, desembarcaron con un espíritu de concordia y armonía. Ahí también tengo que agradecer a España todo lo que se hace en materia de cooperación porque nos han permitido sacar adelante muchas infraestructuras eclesiásticas. Sin ir más lejos, la catedral de Malabo, pero, sobre todo, tantas obras apostólicas en materia educativa, sanitaria, social… Precisamente, esta relación es la que prevalece hoy en las relaciones que se han forjado con nuestras autoridades estatales, basadas en la cordialidad, la colaboración y el respeto mutuo. Todos aquellos que tienen alguna responsabilidad hoy en nuestro país han sido bautizados y formados en centros católicos, lo que hace que su mirada política se base en la búsqueda del bien común. Además, no podemos olvidar que el Estado de Guinea Ecuatorial y la Santa Sede firmaron unos acuerdos en 2012, que es el instrumento jurídico vigente, el marco en el que nos movemos para nuestras relaciones. Pero lo cierto es que, ya antes de ratificarse ese acuerdo, toda relación siempre se ha guiado por el espíritu del caminar juntos, de una estrecha colaboración poniendo en el centro a nuestro pueblo.

Ha viajado hasta Nueva York para dar un paso al frente y abrir una escuela vinculada la Academia de Líderes Católicos, una institución eclesial consolidada en América y que por primera vez tendrá una sede en África. ¿Cómo ha de ser un líder católico?

En primer lugar, quiero dar gracias a Dios porque el hecho de que la Academia de Líderes Católicos tenga carácter hispano nos facilita sumarnos a este gran proyecto porque compartimos una lengua y una cultura. Un líder católico tiene que ser un hombre, en primer lugar, arraigado en su fe. Pero, como dice el apóstol Santiago, una fe enraizada, porque una fe sin obras es una fe muerta. La fe debe manifestarse en el compromiso social, en el desarrollo humano integral. El cristiano tiene que ser protagonista a la hora de hacer realidad un Estado del bienestar.

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