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Suecia y el mito del «socialismo nórdico»

De acuerdo con el estudio Libertad Económica en el Mundo que publica el Instituto Juan de Mariana, la economía sueca es una de las más liberalizadas de todo el mundo. Figura en el puesto 17 de un ranking que abarca un total de 165 países, superando holgadamente a España, que aparece relegada en el número 37 de la tabla. Si esta calificación no es mejor es porque los impuestos y el gasto siguen siendo muy altos, pero no es menos cierto que ambos indicadores se han reducido lentamente desde hace ya tres décadas.

Por descontado, la economía de Suecia no está libre de este tipo de políticas propias de países mucho más intervencionistas, pero la imagen del Reino nórdico como un supuesto bastión de una forma efectiva de socialismo no tiene nada que ver con la realidad. Es cierto que, entre los años 70 y 90, Suecia multiplicó el tamaño del sector público y creó un gigantesco Estado de Bienestar. Sin embargo, el país se quedó cada vez más rezagado con respecto a muchos de sus competidores europeos. Así, en 1970 era el cuarto miembro más próspero de la OCDE en relación con su PIB per cápita, mientras que en 1995 ya había caído al número 16.

La agenda socialista dañó la economía sueca e hizo que prominentes empresarios abandonaran el país frustrados. El fundador de Ikea, Ingvar Kamprad, fue uno de ellos. El tipo marginal del Impuesto sobre la Renta llegaba al 85% y a dicho gravamen se le añadía un Impuesto sobre el Patrimonio. Kamprad tuvo que pedir dinero prestado a su propia empresa para poder pagar sus obligaciones tributarias. Después, cuando se preparaba para vender una filial de Ikea y así liquidar el préstamo, el gobierno socialdemócrata cambió de forma retroactiva la legislación fiscal, con ánimo de elevar los impuestos que habría pagado por ejecutar esta operación. Cansado de esta «caza a los ricos», Kamprad emigró en 1974, primero a Dinamarca y finalmente a Suiza, donde vivió durante décadas. Fue considerado el hombre más rico de Europa durante muchos años.

Las políticas socialistas alienaron incluso a aquellos que simpatizaban con el proyecto de los socialdemócratas. Astrid Lindgren, autora mundialmente famosa de una serie de clásicos infantiles como Pippi Calzaslargas, es un buen ejemplo de ello. Su compromiso con las creencias socialdemócratas no impidió que, en 1976, se mostrase indignada con la presión fiscal vigente en su país. En la práctica, soportaba una imposición combinada del 102%, de modo que todos sus ingresos de aquel año terminaron en manos de Hacienda y, además, se le exigieron pagos adicionales.

Lindgren expresó su enfado publicando una sátira sobre el sistema fiscal sueco («Pomperipossa en Monismanien») en el periódico más leído del momento. La ciudadanía se puso de su lado y, aunque el gobierno contestó negativamente en un primer momento, el primer ministro Olof Palme acabó asumiendo las riendas del asunto y admitiendo en un programa de televisión que Lindgren tenía razón.

Muchos de los excesos del Estado de Bienestar fueron igualmente absurdos, como el generoso permiso de baja por enfermedad. Como explico en mi libro «En defensa del libre mercado», la mayoría de los trabajadores recibían una generosa compensación si se ausentaban del trabajo alegando que estaban enfermos. De hecho, a menudo ganaban más dinero de esta forma que yendo a su trabajo a cumplir con sus funciones. No sorprende que Suecia acabase situándose en cabeza del ranking de inactividad laboral de la OCDE y mantuviese esta posición durante décadas.

La resistencia contra las ideas socialistas fue cogiendo impulso y, a comienzos de la década de 1990, estaba ya en marcha un verdadero contraataque ideológico. Una importante reforma aprobada en 1990-91 introdujo un nuevo sistema fiscal que redujo el Impuesto de Sociedades del 57% al 30%. Algunas rentas del capital quedaron exentas de tributación y otras pasaron a un menor nivel de imposición.

Las reformas continuaron en los años siguientes. En 2004, se eliminaron los impuestos de Sucesiones y Donaciones, que hasta entonces llegaban al 30%. La reducción progresiva del Impuesto sobre el Patrimonio dio pie a su abolición, efectiva desde el 1 de enero de 2007. El Impuesto de Sociedades bajó del 30% al 26,3% en 2009 – y hoy alcanza el 20,4%. También se redujeron los impuestos que gravan la propiedad y se permitió que los empresarios y autónomos reduzcan su carga tributaria declarando parte de sus ganancias como rentas del capital y no ingresos del trabajo.

Desde la introducción de estas reformas, muchos empresarios exitosos han vuelto al país y han reinvertido su capital en la creación de nuevas empresas, facilitando el nacimiento de nuevos negocios como Spotify o Klarna. Tras la abolición de los impuestos de herencia y patrimonio, la tasa de multimillonarios por habitante subió hasta ser ya un 60% mayor que en Estados Unidos.

Aunque la Suecia contemporánea sigue contando con un Estado de Bienestar tradicional en algunos aspectos, los gobiernos sucesivos desde principios de la década de 1990 han elegido consistentemente más libertad y más mercado, apostando incluso por el «cheque» escolar y sanitario que favorece el acceso a proveedores privados en estos servicios básicos y reformando sus pensiones con elementos de capitalización. Tras el evidente fracaso del experimento socialista, el equilibrio entre capitalismo y socialismo ha cambiado drásticamente y se ha escorado hacia el libre mercado, con excelentes resultados.

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