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De Babia a las Batuecas, comarcas mágicas para el reposo del espíritu

Llegamos casi al final de estos viajes utópicos a lugares que no existen en la geografía mítica o sentimental. La característica ambivalencia entre lo vivido y lo soñado, los arquetipos y las realidades tangibles, se ve en la pervivencia de tópicos sobre España como tierra de la riqueza proverbial, también de la extrañeza y de la diferencia, que linda con los confines del mundo. Así, aunque los nombres sean reales, a veces sucede, como en el caso de Jauja, que evocan realidades metafísicas, anheladas y evanescentes. Aunque hay una Jauja que está en la provincia de Córdoba y otra que se sitúa en el mapa de Perú, realmente la isla de Jauja es más bien un estado de ánimo, como el de la edad de oro, la Arcadia o la Utopía.

Pues bien este lugar soñado de reposo, lejos del fragor de la vida cortesana, de la política y de los negocios, de la milicia y de los afanes de tantas y tantas generaciones humanas, lo evocan algunas expresiones típicas de nuestra lengua, presentes en el refranero, que hablan de nuestras arcadias felices, como estar en Babia o en las Batuecas. La idea de quedarse en una «dorada medianía», si creemos al Horacio de las Odas, lejos de toda pugna por medrar social o económicamente, de obtener fama, cargos y honores, está en el trasfondo de estas expresiones que remiten a lugares bucólicos.

Más allá de que Babia, por ejemplo, sea una comarca de León famosa por la cría de los caballos, donde hay quien ha querido ver, por ejemplo, el origen del nombre de Babieca, el caballo del Cid Campeador, de nuevo nos parece un estado de ánimo. Estar en Babia quizás se relacione con Babieca (un sentido de esta palabra en castellano medieval es tonto o necio), pero se cree que más bien es una analogía con otro caballo de un caballero andante, de los que parodiaba Cervantes, el Bauçan de Guillermo de Orange. Babia parece más bien una feliz ignorancia de los afanes del mundo, una comarca del espíritu, en suma, de frondosos bosques de libros y reflexiones: quizá fuera refugio de caza o de esparcimiento de antiguos monarcas leoneses o castellanos, pero sobre todo es un refugio interior.

Otro tanto ocurre con las Batuecas, como valle mágico para el reposo del espíritu. Más allá de sus matices rústicos o provincianos, de despiste o abstracción, la idea de estar las Batuecas también remite a la tranquilidad de espíritu. En la provincia de Salamanca, no lejos de La Alberca, sus cañadas y florestas entre las cumbres de la Sierra de Francia, convierten a las Batuecas en refugio del espíritu, como atestigua el elogio de Lope de Vega. No es extraño que se encuentre allí un monasterio como el de San José, del siglo de oro.

Por eso, para casi terminar esta serie dedicada a los viajes a lugares inexistentes de la geografía mitológica relacionada con la antigua Península Ibérica, me parecía interesante remitir esta vez a una travesía interior: la de la reflexión, el ocio de bien, entre libros e ideas fecundas, la creatividad que nos da el contemplar la naturaleza, bien personificada en estos dos lugares, Babia y las Batuecas, que recogen proverbialmente la abstracción en la pureza y la comunión entre materia y conciencia, naturaleza y espíritu. Son no-lugares que se configuran como un estado de ánimo supremo. Aunque, como recuerda Epicteto en su Manual estoico, si nos dedicamos solo a estas cosas del espíritu el mundo que nos rodea, y sobre todo las gentes que se afanan en la lucha por medrar día a día, nos harán objeto de burlas. Por supuesto que hay que estar en el mundo físico y terrenal –y hacerlo lo mejor posible posible en él–, pero no podemos renunciar a estos remansos de paz en el espíritu que simbolizan, en la geografía utópica de España, esos «estar en Babia» y «estar en las Batuecas». Defendamos pues esta abstracción. Esta lanza va por esas arcadias hispánicas, que a semejanza de la griega, exaltada por los poetas bucólicos y por los idilios pastoriles, encarnan como pocas otras la pureza espiritual de la naturaleza.

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HUIR DEL MUNDANAL RUIDO

Hablando del tópico del alejarse del mundanal ruido, de aislarse una especie de paraíso perdido, como el que fue a veces la vieja Iberia en el territorio del mito, cabe recordar la noción del locus amoenus donde uno podría decir con el Horacio de los Epodos –Beatus ille qui procul negotiis, / ut prisca gens mortalium…– que la felicidad está en esa tranquilidad y libertad del humanismo creativo y espiritual. Fue lo que nuestro Fray Luis de León consagró en su célebre oda que comienza: «¡Qué descansada vida / la del que huye del mundanal ruïdo, / y sigue la escondida senda, / por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido». Lean el resto para proseguir el viaje aun cuando ya acaben vacaciones.

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