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Tim Burton aterriza en el Festival de Venecia al grito de "Bitelchús, Bitelchús"

Tal vez la renovación del contrato de Alberto Barbera como director artístico de la Mostra de Venecia hasta el 2026, firmada por el nuevo ‘capo’ de la Biennale, Pietrangelo Buttafuoco, periodista adscrito a las filas de Giorgia Meloni, tenía como condición sine qua non que el desembarco de estrellas en el festival fuera un espectáculo en sí mismo. Después de que el año pasado la alfombra roja acumulara polvo por la huelga de actores, en esta 81ª edición el ‘overbooking’ va a ser sonado. Ahí están Cate Blanchett, George Clooney, Brad Pitt, Angelina Jolie, Daniel Craig, Lady Gaga, Julianne Moore, Tilda Swinton y, por supuesto, Pedro Almodóvar, con su primer largometraje en inglés, “La habitación de al lado”.

No parece que Barbera, que ha invitado a la implacable Isabelle Huppert como presidenta del jurado, haya conseguido una sección oficial tan lucida como otros años, al menos de cara a las candidaturas de los Oscar (Netflix no está ni se le espera), pero, por un lado, tiene asegurado el ‘glamour’ y, por otro, no se ha olvidado de politizar su contenido, incluyendo películas y documentales sobre la guerra de Ucrania y de Gaza analizadas desde los dos bandos en liza, para nadar y guardar la ropa.

En esa línea, la de nadar y guardar la ropa, podríamos considerar la elección de “Bitelchús, Bitelchús” como película inaugural, sobre todo si consideramos el gancho popular de lo ‘burtoniano’ entre el público de varias generaciones. Aunque Tim Burton confiesa que nunca la pensó como una secuela, y ha tardado treinta y seis años en volver a la original, supone el regreso a un espacio seguro, diríamos que a un paraíso perdido, que es el de su propio universo, que en los últimos años aparecía cada vez más rancio y desvaído, reducido a una marca corporativa y sin alma. “Me había desilusionado con la industria del cine”, admitió Burton en rueda de prensa.

“Me había perdido a mí mismo. Quería hacer algo que me divirtiera, y rodar esta película ha sido toda una inyección de energía”. Por un lado, la relación del director de “Ed Wood” con la Disney, en especial durante la desmayada adaptación de ”Dumbo”, demostró que quizás había un punto de no retorno creativo para su filmografía; por otro, la exposición inmersiva de su obra, que ha viajado por todo el mundo, parecía legitimarlo a la vez como icono de la cultura popular y como figura que había ingresado precozmente en el panteón de los artistas que habían firmado su certificado de defunción. En ese sentido, “Bitelchús, Bitelchús” es una buena y una mala noticia para el cine: hay en ella una energía, una vitalidad, que hacía tiempo que no encontrábamos en sus imágenes, pero que nace de un ejercicio de nostalgia casi neurótico, que juega sobre seguro. Y lo sabemos por el ensayista Mark Fisher, la nostalgia es la lenta cancelación del futuro, como demuestra esa escena en la que un montón de influencers son absorbidos por la pantalla de su móvil. Burton, esa criatura analógica, necesita mirar en el baúl de los recuerdos para volver a creer en sí mismo.

Así las cosas, como su título duplicado indica, el filme es un Burton al cuadrado, una especie de enciclopedia de su imaginario en la que recupera el universo de la película original autocitándose sin mesura -en el sistema burocrático del purgatorio, en el calypso de Harry Belafonte, en los gusanos de arena dalinianos, en Michael Keaton como secundario de su fiesta de graduación-, y añadiendo nuevas actrices que lo conectan con su renacimiento como autor -la Jena Ortega de la serie “Miércoles” como hija de Winona Ryder, o Monica Bellucci, su pareja en la vida real, reencarnada en la Barbara Steele de “La máscara del demonio”- y constantes desvíos que saturan de información el relato para desplegar un imaginativo catálogo de extravagancias.

No es extraño que Ortega se queje, en un momento del filme, de que en el Más Allá en el que ha caído mande lo aleatorio. Una de las cosas que atrajo más a Burton de “Bitelchús”, la original, era que se trataba de una película sin apenas hilo narrativo, como si aquella libérrima sucesión de viñetas surrealistas sobre la convivencia de los vivos y los muertos le permitiera saldar cuentas con su principal talón de Aquiles, que es contar historias. Si “Bitelchús” fue uno de los pilares de la construcción de su imaginario, “Bitelchús, Bitelchús” celebra ese hito entregándose más al valor de la secuencia -por ejemplo, el hilarante, hermoso homenaje a Mario Bava o el final a lo “Carrie”- y a lo pintoresco de los personajes -el “Bitelchús” bebé- que a la lógica del relato. Burton es más libre cuando no se siente en la obligación de contar nada, algo que aplaudimos. Burton ha visto que su futuro está en su pasado, algo que no deja de ser un poco triste.

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