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«Ropa de casa»: el mundo perdido y la cuna literaria de Martínez de Pisón

Hace cuarenta años se publicaba «La ternura del dragón» (1984), la primera novela de [[LINK:TAG|||tag|||633616cf5c059a26e23f7c9e|||Ignacio Martínez de Pisón]] (Zaragoza, 1960). Con ella se le incluía en ese impreciso cajón de sastre que fue la denominada Nueva Narrativa Española, junto a Julio Llamazares, Alejandro Gándara, Javier García Sánchez y Adelaida García Morales, entre otros escritores. Durante estas décadas ha desarrollado una sólida trayectoria narrativa, adscrita a un realismo crítico teñido de arraigada sensibilidad y lúcida sencillez.

Con un claro tono de balance vital y literario publica ahora «Ropa de casa», autobiográfica novela de evocaciones familiares, crónica del aprendizaje de escritor, meditación sobre el poder de la escritura, y panorama de modas, eventos, incidencias y personajes vividos desde el tardofranquismo y la Transición hasta nuestros días. Se abre el volumen rememorando el entorno familiar con padre militar muerto prematuramente, madre de mantenida viudez, sensible y emprendedora, y ancestros de entregada militancia carlista, sin faltar el bullicioso ambiente hogareño; y años escolares en colegio religioso, en que convivían autoritarios métodos educativos con un renovador sistema de mayor liberalidad. Se evidencia así que en la España de los sesenta y setenta del pasado siglo se hermanaban un ayer anticuado y caduco con un esperanzado futuro modernizador: «Vivíamos en un mundo viejo: los carros tirados por mulas, las cajas de arenques puestas al sol, las oscuras carbonerías, los repartidores de hielo, que, cubiertos con una gruesa capa de arpillera, parecían sayones. Vivíamos en un mundo viejo, pero el futuro estaba a la vuelta de la esquina».

Algunos objetos funcionan como desencadenante del recuerdo, como la desaparecida pistola del padre, o el reloj de bolsillo heredado del mismísimo pretendiente Carlos VII; un recurso este que incide, dentro del marco realista, en un acertado simbolismo narrativo. Entre la ternura y el lirismo, sin morbosidad y con desparpajo, se detallan las vicisitudes de la recordada adolescencia, como cuando el autor vio por primera vez una mujer desnuda en una de aquellas revistas del «destape». Destaca su juvenil admiración hacia el surrealismo, teniendo a Buñuel como referencia; ya universitario, un día lo vería pasar por la calle, envejecido aunque con impetuoso andar; no se decidió a abordarlo, pero esa imagen le acompañará para siempre: «Fui incapaz de decirle nada. Me limité a detenerme y a verle pasar. Cuando al cabo de unos instantes lo perdí de vista entre la gente, fui consciente de que el recuerdo de ese encuentro breve y fortuito me duraría toda la vida».

Deja constancia también de su inconmovible deseo de convertirse en escritor, detallando una formación lectora compaginada con la anhelada cercanía a sus autores preferidos. Por circunstancias de veraneo coincidirá con Carlos Barral en su retiro de Calafell, y se cuenta alguna jugosa anécdota, como cuando el joven aspirante a novelista espiaba la improvisada tertulia en una terraza de bar, formada por Juan Marsé, Ricardo Muñoz Suay y el mismo Barral; esperando oír sesudas disquisiciones intelectuales, cuál no sería su sorpresa al comprobar que estaban debatiendo sobre lo lejos que podían orinar diversos mamíferos; inmejorable ejemplo de desmitificación admirativa.

Risas y lágrimas

Martínez de Pisón es un maestro en el difícil género del retrato moral. Lo vuelve a demostrar, por ejemplo, al abordar la personalidad de [[LINK:TAG|||tag|||633616e85c059a26e23f7cb9|||Javier Marías,]] a quien presenta como de innegable excelencia literaria, cierto engreimiento intelectual y distante cordialidad. Es esta la crónica de una amistad enfriada; Marías pleiteaba con una editorial en la que nuestro autor publicaba habitualmente, siendo esto para él un motivo de seria contrariedad. Muy emotiva resulta la evocación de Javier Tomeo, de desenfadada bonhomía e inacabable originalidad personal. Y especialmente conmovedor resulta el recuerdo de Félix Romeo, perfilando su irrenunciable unión entre vida y literatura: «Félix, como todos los grandes novelistas, sabía que las buenas novelas están hechas de los mismos materiales de los que está hecha la vida, y en las suyas, como en la vida, hay lágrimas pero también risa, y dolor pero también alegría...». Todo esto aplicable al mismo Martínez de Pisón.

Buena parte del libro se centra en el proceso de formación del escritor, a partir del recorrido vital que transcurre por el Logroño de su infancia, la Zaragoza de la juventud y la Barcelona de la madurez literaria: «Empieza uno tratando de averiguar el escritor que quiere ser y acaba descubriendo el escritor que puede ser». Descubrirá, a través de la trilogía de «La guerra carlista» de Valle-Inclán, el poder de la escritura, capaz de recrear realidades de extraordinaria dimensión estética: «Como en una revelación, se me hizo evidente que los escritores, seleccionando unas palabras y no otras, combinándolas de una forma y no de otra, podían generar belleza a la manera de lo que hacían los pintores, los escultores o los músicos». Pero son acaso las páginas dedicadas a la memoria familiar las que conforman los más valioso de esta obra; las palabras finales de la misma están dedicadas a aquellas familiares sombras del pasado, presentes en la conciencia del narrador: «Mantengo los ojos cerrados y los veo mezclarse unos con otros, agruparse a la buena de Dios, conversar con desparpajo, saludarse los que no se conocen como si se conocieran. Son como los actores que, al término de la función, salen al escenario a agradecer los aplausos. Los veo volverse hacia mí. Los veo sonreír. Los veo hacer una pequeña reverencia. Gracias».

Con inmejorable pulso narrativo, torrencial amenidad, extrema ternura, evocadora sensibilidad, y clara conciencia estética, este singular libro constituye la apasionante historia de un escritor, la crónica de una realizada vocación, el relato de un triunfante combate con las palabras. Entre lo emotivo, lo anecdótico, lo recordado y lo conceptual, todo un festín de vida y literatura.

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