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Madriguera de conejo

Se esperaban esta semana las explicaciones que había prometido dar la ministra de Hacienda sobre el concierto fiscal regalado a los independentistas a cambio de sus votos. La ministra compareció, pero en lugar de desplegar una clara explicación, se diría que enturbió todavía más el asunto. En ningún momento ofreció números diáfanos, irrebatibles, acompañados de detalles concretos. Solo se enredó en trabalenguas retóricos, que avanzaban y retrocedían de una manera desconcertante.

Obviamente, los números no necesitan adjetivos ni sutilezas filosóficas; basta exponerlos. Por eso, el recurso a la verborrea y la palabrería provoca en el público la sensación de que el gobierno está diciendo una cosa en un lugar, y otra en otro. Es como si, cuando viaja a Cataluña, el Gobierno reconociera que se trata de un cupo fiscal de libro y fuera de la región intentara negarlo por sistema. El descrédito que empieza a acorralar a la ministra Montero la tiene visiblemente nerviosa, cosa que al final ella realza inevitablemente por ese exceso de retórica y gestualidad de vendedora de mercadillo en que siempre cae cuando quiere mostrarse enérgica y decidida. Y ahí está la clave: en esa energía impostada que suele afectar a toda persona obligada a defender algo de lo que no está convencida.

Para defender lo indefendible, se ensayarán todas las formas narrativas posibles. Una de ellas será hablar de federalismo. Se recurrirá a la palabra, usándola como un fetiche que pareciera explicarlo todo, pero -al igual que Montero- no se entrará en detalles sobre lo que eso significa. Se resolverá entonces abusar del desconocimiento que la población tiene sobre las diferencias entre federalismo y confederación para sacar provecho argumentativo de ello. Desconfíen siempre cuando se le empieza a poner adjetivos al federalismo. Un sistema verdaderamente federal no los necesita. Hablan de federalismo asimétrico, de federalismo singular, todo como eufemismos y recursos para no tener que reconocer que no es ni federalismo ni igualdad.

Como las críticas de este estilo llueven desde todas partes y todo el mundo señala las incoherencias y contradicciones, Sánchez se ha encontrado, una vez más, sitiado por sus propios actos. Y ya sabemos lo que hace siempre nuestro apuesto presidente cuando se siente acorralado: ensaya una huida hacia adelante. Así que ha convocado un congreso socialista con un año de adelanto y ya ha avanzado que en él va a proponer un nuevo modelo de estado federal, cosa que no esperaba nadie, de la que nadie había hablado nunca estos años y que, por último, el PSOE nunca había propuesto en su programa en recientes elecciones. Lo cual me ha hecho recordar aquel viejo proverbio inglés que habla de la madriguera del conejo.

Sería demasiado largo traducirlo ahora, pero valga decir sintéticamente que el proverbio retrata una situación en la que alguien se mete en una madriguera de conejo y, como ya no puede salir, lo único que hace con sus esfuerzos es rodar cayendo por ella hacia abajo, encontrándose cada vez con más toneladas de tierra encima. Quizá esa pendiente tuviera su origen en el populismo de línea clara que quiso practicar Sánchez para hacerse con el poder en el socialismo español. Todos los populismos al final se parecen, aunque cada uno de ellos crea ser único. Por eso, estos días precisamente, Donald Trump también ha propuesto reformar el modelo de estado federal en Estados Unidos. Agárrense: con el consejo de Elon Musk nada menos. Finalmente, sea Trump, Sánchez, Milei o Musk, todos los populistas terminan usando métodos parecidos, se trate de populistas de derechas o de izquierdas. Segregan innumerables simplezas sobre autobuses, Lamborghinis y cosas similares.

La situación me recuerda extraordinariamente la que vivimos los músicos al filo del cambio de siglo. Unos cuantos listos encontraron un sistema para copiar música saltándose todas las leyes al respecto de propiedad intelectual. Esos mismos listos nos preguntaron a los músicos si no estábamos interesados en lo que ellos llamaban «un nuevo modelo de negocio». Los músicos nos dimos cuenta en seguida de que el modelo de negocio que nos proponían era viejísimo (la eterna explotación de unos seres sobre otros), lo único que cambiaba era el soporte. Así que dijimos: «Dejaos de cuentos y dadnos nuestro dinero».

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