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Crítica de «Strange darling»: Caperucita feroz y el lobo ★★★1/2

Es difícil hablar de una película que depende tanto de sus giros de guion como esta, sobre todo cuando lo que propone, en lo que respecta a la lectura que hace del «slasher» desde la perspectiva de género, es puro material inflamable en la era post-Metoo. La ironía se muerde la cola cuando, en los créditos, aparece el logo de Miramax, aunque entonces aún no sabemos que el filme no tarda en poner sobre la mesa el tema del consentimiento y la violencia de género para retorcer su valor de cambio en el debate público. Esa autoconsciencia, que, desde el punto de vista ideológico, podría convertirla en una película innecesaria, funciona a pleno pulmón desde el plano narrativo. Su estructura en seis capítulos, que se suceden de forma no-lineal, no solo convierte algo simple –y próximo a la abstracción– en un relato tenso y apasionante, sino que, alejándose del capricho tarantinesco, ofrece espacio suficiente a los actores, y en especial a su protagonista, una espléndida Willa Fitzgerald, en una puesta en escena tan elegante como llamativa (atención al uso del color y sus texturas en celuloide). Su discontinuidad narrativa permite que los contrastes organicen el ritmo del relato de un modo muy original, pasando de los tropos visuales del «slasher» a los de la «date movie» y a los del thriller erótico para luego canalizar sus energías en deconstruir arquetipos y situaciones en un «loop» perpetuo. Sus continuos reajustes implican, por tanto, un reajuste en la mirada del espectador que, más allá de lo lúdico, puede incomodar, sobre todo si se toma al pie de la letra la lectura política de la película.

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LO MEJOR

Que se trata de un «slasher» creativo, tenso, juguetón y muy, muy entretenido

LO PEOR

Comprobar que la relectura de ciertos arquetipos del cine de terror no es inocente

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