La Casa Blanca se prepara para su nuevo inquilino
Una vez cada cuatro años la Casa Blanca, el edificio más antiguo del distrito de Columbia y el símbolo del poder estadounidense, celebra el día de la fiesta de la democracia envuelta en una tradición que se inició hace 200 años y que sólo el primer presidente del país, George Washington, no pudo vivir. La mansión se divide en dos partes. Por un lado, el ala Este abierta al público, aunque el acceso requiere burocracia y mucha suerte, y, por otro, el ala Oeste donde el día electoral se vive a flor de piel ya que allí se encuentra el inquilino que quiere renovar el cargo, o que su partido lo haga si ya ha cumplido sus dos legislaturas, como Joe Biden, observando todos los movimientos del candidato opositor, en esta ocasión Donald Trump, quien quiere volver a hacerse con las riendas del despacho oval. Pocas de las 47 elecciones presidenciales precedentes han sido tan agresivas y polarizadas, aunque esto apenas se refleja en el centro del poder del país.
A primera hora de la mañana, en la entrada para visitantes se concentran los pocos afortunados que tendrán la oportunidad de ver qué se cuece en el interior durante el día en el que los ciudadanos deciden “el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo”, según la definición de democracia que hizo el presidente Abraham Lincoln, quien firmó la Proclamación de Emancipación para liberar a los esclavos en su despacho del segundo piso. Además, también hay muchos curiosos y activistas que quieren mostrar su apoyo o antipatía hacia el partido al que votarán. Cerca de la entrada para los vehículos, un hombre carga al hombro una cruz de madera como si fuera Jesucristo, aunque con una ruedecita en la base para poder transportarla.
El imitador de Jesús se pasea por delante del recinto hasta detenerse delante de un predicador cristiano que, biblia en mano y con un cartel en el que se lee John 3:16 (Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, más tenga vida eterna, según reza el versículo), intenta convertir a los visitantes. “¡Cristo es Rey!”, dice George, el de la cruz, quien ha venido desde Illinois para mostrar su descontento con las “políticas antirreligiosas de Kamala”, explica. “Dios le bendiga”, responde el predicador. “Soy votante de Donald Trump y he venido a traer la palabra de Dios”, añade.
En la cola para acceder al recinto hay gente de todo el país; entre ellos, algunos son seguidores demócratas. “Hemos venido desde Nuevo México para ver por dentro la casa donde Kamala vivirá los próximos cuatro años”, cuenta Graciela. “Es un privilegio para cualquier americano, aunque algunos consideren que no lo somos”, añade, aludiendo a su origen mexicano. “Pero esta noche los votantes le darán una lección a Trump, o eso espero”, concluye. En esos momentos, millones de estadounidenses se dirigen a las urnas para decidir quién será el próximo inquilino de la residencia y del ala Oeste que, desde temprano, es un centro de actividad lleno de asesores, familiares y un grupo selecto de empleados llenos de expectativas, emociones intensas y un sentido de la historia que domina el ambiente en la mansión.
Nada más entrar los retratos de las primeras damas dan la bienvenida al visitante a través de un pasillo lleno de objetos históricos, así como varias exposiciones interactivas en las que se explica la historia de la casa desde que fue quemada, en 1812, por las tropas británicas que querían recuperar la colonia que se independizó en 1776. La sala Este, en el primer piso, normalmente destinada a eventos sociales, recuerda un poco a las estancias del palacio de Versalles, en París, y está presidida por los retratos de George Washington y su mujer Martha. “Ya no hay presidentes así”, comenta Gary, uno de los visitantes, oriundo de Indiana. “Ahora solo son burócratas que se deben a las grandes corporaciones y a los millonarios que las controlan, en vez de servir al pueblo que los ha votado”, añade para, inmediatamente, mostrar su color político. “Trump no es así. Su objetivo es devolver América a la gente”, explica, sin tener en cuenta que, precisamente, el expresidente es uno de esos magnates y, además, cuenta con la ayuda de otros como Elon Musk, el propietario de Twitter y SpaceX.
El resto de las estancias como la Sala Verde, donde el presidente Thomas Jefferson solía cenar, o la Sala azul, donde, en 1863, el presidente Abraham Lincoln recibía a sus visitas, así como la contigua Sala Roja en la que Ulysses S. Grant, el general que ganó la guerra civil y luego fue el 18º presidente, “entretenía a las visitas con sus historias de la guerra”, según se informa en uno de los paneles, son un auténtico museo de la historia norteamericana. Desde los muebles y objetos personales de los que ocuparon la residencia hasta las paredes repletas de cuadros con muchas obras maestras del paisajismo pictórico estadounidense. Al final del pasillo, uno se da cuenta de la majestuosidad de la mansión situada en la calle más famosa del país: la 1600 de la Avenida Pensilvania.
Allí, por cosas del destino, o quizás obra de algún experto con inventiva, dos retratos escenifican la polarización que ha tomado el mando de la política estadounidense, pero que tuvo su inicio con el presidente John Fitzgerald Kennedy, pintado con los brazos cruzados, con la cabeza baja, pensativo, frente a otro del muy conservador, e inspiración de Trump según él mismo ha declarado, el presidente Ronald Reagan, a quien se ve con una sonrisa de oreja a oreja. Estos dos líderes pueden representar las dos posturas completamente opuestas de la política nacional actual que produjo el mayor ataque contra la democracia en el país: el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.
Sin embargo, dentro de la parte en la que se permiten las visitas todo parece tranquilo. No hay ni un cartel o señal que revele que hoy es el día de la jornada electoral. “Los museos no votan”, comenta uno de los guardias del servicio secreto con una sonrisa. Sin embargo, en el lado Oeste de la Casa Blanca la calma de la mañana precede a la tormenta que está por venir. En sus estancias privadas el personal demócrata empieza a sentir el frenesí con “llamadas de última hora y análisis finales de las encuestas. Los principales asesores y estrategas mantienen un control constante de los primeros datos, y vigilan los estados bisagra que podrían decidir la elección, sobre todo buscando cualquier irregularidad que se informe desde los colegios electorales”, explica una de las guías del recinto.
Esta noche, cuando empiecen a llegar los primeros resultados, “la atmósfera en la Casa Blanca cambiará, aunque como esta vez no hay reelección no sucederá la tradicional recepción que hacen los presidentes en la Sala Roosevelt o la Sala Este”, añade la guía. El presidente Joe Biden ya ha anunciado que pasará esas horas en privado con su familia y varios asesores, mientras que la vicepresidenta y aspirante Harris lo hará en la Universidad Howard, a pocos kilómetros de la Casa Blanca, cosa que escenifica la distancia que se ha creado entre ellos desde que Biden fue apartado de la carrera presidencial. Por su parte, Donald Trump lo hará en su residencia de Mar-a-lago en Palm Beach que, en caso de que venza, volverá a quitarle el protagonismo a la casa más famosa del mundo.