Crítica de "La cocina": en el vientre de América ★★★
Tenemos la impresión de transitar el largo kilometraje de los intestinos del capitalismo, precisamente en el lugar donde se cuece lo que nos convertirá en seres productivos, el alimento para amos y esclavos. Por eso “La cocina” se mueve en un eterno vaivén de excesos y conflictos, aparentando que solo le importan dos tramas -el robo de mil dólares de la caja del restaurante neoyorkino “The Grill”, y la trama amorosa entre un cocinero mexicano, deslenguado e impetuoso (Raúl Briones), y una camarera gringa (Rooney Mara) que duda de si abortar o no- cuando en verdad disfruta perdiéndose entre cacerolas y personajes secundarios.
Es probable que los intestinos simbolicen la América del siglo XXI, aunque la obra de teatro original de Arnold Wesker está situada en la Gran Bretaña de finales de los cincuenta. Lo que está claro es que simbolizan algo, porque Alonso Ruizpalacios, un poco imbuido del síndrome González Iñárritu, amplifica su microcosmos con virtuosos movimientos de cámara y un blanco y negro contrastado, con la intención de que su ampulosidad formal trascienda la literalidad de lo que cuenta. A veces lo consigue, y nos olvidamos de que la materia prima argumental son las condiciones deplorables en las que trabajan los inmigrantes, el declive del sueño americano, la falta de perspectivas de futuro, etcétera, y, por ejemplo, la película orquesta sus composiciones de música concreta en una torre de Babel que se hunde al compás de una máquina de hacer pedidos, como si un inspirado Terry Gilliam hubiera tomado el timón de “Tiempos modernos” durante un cuarto de hora ininterrumpido.
Es entonces cuando Ruizpalacios parece relamerse de placer con sus ideas visuales, y nosotros con él: cuando el realismo de lo que se nos cuenta se quiebra con la irrupción de lo fantástico, como si el propio espacio expresara su subjetividad. En verdad, y a pesar de la sensación de flujo incesante de información que circula por los diferentes espacios colindantes a la cocina del título, y que finalmente se desborda en el callejón de una ciudad-pánico, el colon del capitalismo, el filme funciona mejor como una colección de secuencias autónomas, que se retroalimentan a sí mismas a diferentes ritmos. Es fácil apreciar el esfuerzo de “La cocina” por ser más grande que la suma de sus partes, aunque la oferta de su menú sea más bien irregular.
Lo mejor:
La fuerza visual de algunas secuencias, que la aleja temporalmente del realismo estricto.
Lo peor:
A veces la pierde un cierto didactismo, a veces su desmedida ampulosidad.