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Muere el legendario Lou Carnesecca, uno de los padres del baloncesto español

Uno de los padres del baloncesto español nació en Nueva York hace casi 100 años y ha fallecido en la Gran Manzana días antes de cumplir el centenario. Lou Carnesecca fue uno de aquellos entrenadores que apadrinó a Antonio Díaz-Miguel, como Bobby Knight o John Wooden, cuando el eterno seleccionador español comenzó a realizar viajes a Estados Unidos hace más de medio siglo. Carnesecca, un mito del baloncesto universitario con St. John's, adoptó al entrenador castellano-manchego y le inculcó muchas de las ideas que provocaron el boom del baloncesto español y del equipo nacional allá por la década de los 80 del siglo XX.

Lou Carnesecca es uno de los pocos entrenadores en Estados Unidos que puede presumir de tener un pabellón a su nombre. Su dimensión en el deporte colegial es extraordinaria como la fama que se ganó con sus icónicos jerseys dirigiendo a la universidad neoyorquina. Hijo de inmigrantes italianos, participó en la II Guerra Mundial como miembro de la Guardia Costera en el frente del Pacífico. Finalizado el conflicto se enroló en St. John's, en la sede que la prestigiosa universidad tiene en Queen's y allí comenzó su leyenda.

"Ha sido uno de los gigantes del juego", "ha sido nuestra alma y nuestra conciencia"... son algunas de las reacciones que se han producido al conocer su fallecimiento. Estuvo 24 temporadas al frente de St. John's, alcanzó una final de la Liga Universitaria, entró en el Salón de la Fama en 1992 y dirigió a algunas estrellas de la Liga estadounidense como Chris Mullin o Mark Jackson.

Carnesecca hizo del trabajo en equipo, la defensa y la velocidad las claves de un baloncesto que permitía mejorar a todos sus jugadores. Su pizarra se convirtió en una inspiración para Díaz-Miguel. La selección comenzó a crecer gracias a aquellas innovaciones llegadas de Estados Unidos hasta que consiguió ganar la medalla de plata en Los Ángeles.

"Yo nunca metí una canasta, aquí lo importante son los jugadores", aseguraba Lou. A las derrotas y al baloncesto siempre les dio una importancia muy relativa. Nada que no se pudiera arreglar con una copa de buen vino y un plato de pasta.

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