Película con final cantado
El congreso del partido de Gobierno se inauguró con una colilla de la película que exhibió el fin de semana. Como esos éxitos de taquilla cuyo mérito está en repetir la fórmula, el PSOE estrenó en Sevilla la enésima versión de «Los medios mienten». Que, como corresponde al género, estuvo lleno de golpes de efecto contra los enemigos de siempre. Y muchos aplausos en los momentos cúlmenes marcados con los estilemas del director: bulos, lodazales y «lawfare». La precuela que protagonizó Juan Lobato le dio un giro paradójico al guion de la zaga porque ahí los medios, lejos de mentir, convertían en legítima una información por el simple hecho de publicarla. No es extraño que semejante salto argumental debiera ser certificado por notaría.
Poco le sirvió porque la interpretación libre no está admitida en un género en que se premia la repetición del guion a pie juntillas. El episodio confirma que cuando la publicidad de actos de gobierno se confunde con propaganda política es difícil distinguir la condición de publicada de la de publicitada. Incluso para el elenco habitual.
El régimen de la posverdad no consiste en convencer a la sociedad de una idea sino en hacer lo posible para que dude de todas. Sus cultores prefieren las explicaciones a las evidencias. Cuantas más versiones, menos certezas.
España comparte con Argentina, Estados Unidos, Chile y Francia el dato de que solo un tercio de la sociedad confía en las noticias, según el estudio del Reuters Institute. Ningún medio de esos países concita confianza mayoritaria. Los que le creen a uno, no les creen a los otros. Y viceversa.
La polarización no es resultado sino condición de la información. Gobiernos de todo el espectro ideológico coinciden en alentarla al condenar unos medios como máquinas de fango y bendecir a otros como periodismo. Aun cuando difunden documentos confidenciales. Por eso, la etiqueta de pseudomedios no responde a una clasificación técnica sino a su posición en la polaridad.
Ante la imposibilidad de persuadir más allá de la minoría convencida, los cultores de la posverdad se contentan con dejar a la mayoría confundida. Así, reformulan el viejo apotegma de que la repetición de una mentira deja algo de verdad. Los estudios confirman que solo queda escepticismo generalizado en la sociedad.
Lo que parece obviar España es que esta película ya se pasó en Latinoamérica y no es espóiler decir que acaba mal. El régimen de posverdad termina derrocando a quien lo promueve. La desconfianza social castiga especialmente a los gobiernos y a los partidos políticos, como confirman los índices de todos los estudios. Incluidos los del CIS, cuyas fichas técnicas confirman que sus muestras escoran del centro hacia la izquierda.
El partido político en Gobierno organiza su congreso bajo el lema «España adelanta por la izquierda» sin temer que la dimisión del informante desinformado o las causas judiciales inviten a otra interpretación de tal ventaja. Antes bien, la mala nota de los partidos se celebra con espectáculo de aplausos en continuado y megapantallas.
Adriana Amado es experta en Comunicación Política