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He hablado con Walid Joumblatt y Saad Hariri y esto es lo que piensan de la caída de Asad

Recibí esta semana una serie de WhatsApps de Walid Joumblatt, el líder de la comunidad Drusa del Líbano desde hace generaciones y más recientemente del Partido Socialista Progresista (PSP), esta última responsabilidad trasferida hoy a su hijo. Walid es el guardián de las esencias espirituales de su comunidad, de la que sigue siendo máxima figura religiosa y de autoridad judicial de la comunidad. Es un hombre extraordinariamente culto y refinado y fue amigo de mi padre como lo es hoy mío. Cada vez que voy a Beirut nos invita a cenar en su casa llena de generaciones de antigüedades, una biblioteca impresionante.

A la familia Joumblatt se les había considerado «señores de la guerra» y miembros de la izquierda nacionalista árabe. Lo que siempre han sido de verdad, es patriotas libaneses, ferozmente orgullosos de la particular personalidad del pequeño país levantino, la nación más diversa y compleja de todo Oriente Medio y una de las más intrincadas sociedades del mundo en tan sólo 10.452 Km2, es decir la superficie de Asturias. La guerra civil libanesa comenzó en 1974 en lo que empezó siendo un enfrentamiento aparente entre cristianos y musulmanes y que en realidad tenía muchísimos factores más agazapados entre los más evidentes, y no siempre más importantes. El Líbano había sido tomado por centenares de miles de palestinos desplazados tras la guerra del Yom Kippur (1973) que crearon, como lo intentaron en Jordania y Túnez sin éxito, un Estado dentro del Estado que en el Líbano era mucho más poderoso que el propio Estado. Para entenderlo mejor, unos 500.000 palestinos recabaron en un país de apenas 2.400.000 habitantes. Es decir, el 21% de la población del Líbano, es decir es como si en España se hubiesen establecido 10.300.000 refugiados con una población de 49 millones. La identidad nacional libanesa estaba siendo secuestrada por los palestinos de la OLP (Arafat era el mandamás en Beirut hasta 1982) en dura pugna con los sirios que no querían aceptar la independencia del Líbano y dominados por el joven y sanguinario Hafez al Asad que era desde 1971 el dictador de Siria. Al Asad quería convertirse en el factótum del Líbano, y de paso meter en vereda a los palestinos (eso lo hizo Israel por él en 1982, cuando Arafat y su cúpula huye a Túnez tras la invasión israelí del Líbano). Quería ser el único referente del panarabismo y por eso no podía soportar que fuerzas que ellos consideraban ideológicamente afines, se mostrasen independientes y patriotas libanesas. Para Al Asad toda la panoplia de movimientos nacionalistas árabes tenían que estar subordinadas a su «liderazgo» panarabista, supuestamente nacionalista árabe y «socialista», es decir nacional-socialista. Kamal Joumblatt, padre de Walid y verdadero arquitecto de la influencia política de la comunidad drusa, era un patriota libanés que se negó a plegarse a los designios del dictador sirio y lo pagó con su vida. Facinerosos, pistoleros militantes del partido Baaz del Al Asad (en aquel entonces Al Asad ni se preocupaba de ocultar su mano) ametrallaron su automóvil y murieron en el atentado Kamal Joumblatt, su conductor y uno de sus escoltas. El automóvil se conserva en el palacio de Mukhtara (el centro espiritual de la comunidad drusa y residencia oficial de los Joumblatt). La foto del automóvil acribillado de Kamal Joumblatt me la envió el propio Walid Joumblatt.

Otro ejemplo de la barbarie de los Al Asad fue el asesinato de Rafic Hariri este exitoso y brillante hombre de negocios, creativo, audaz y generoso que se consagró a la política para tratar de ayudar a su país a superar 16 años de guerra civil y 200.000 muertos, el 7% de la población libanesa de entonces. Rafic Hariri fue primer ministro en dos mandatos diferentes (los más largos de la historia convulsa del país; 1992-1996 y octubre 2000 al 26 de octubre 2004).

En octubre de 2004, días antes de dejar el cargo, hizo una visita oficial a España, tan sólo días antes de ser forzado a dejar el cargo. En el contexto de ese viaje oficial, acompañé a Mariano Rajoy, a la sazón jefe de la oposición en España, a visitar al primer ministro libanés al hotel Ritz. Nos recibió en el salón-rotonda de la suite Real del Hotel Ritz. Estábamos solos los tres por expreso deseo de Hariri. Su cara estaba secuestrada por la preocupación y la certeza de lo que le esperaba. Nos contó que los sirios le habían hecho toda clase de amenazas para que votase para prorrogar la presidencia del presidente de la República, el pro-sirio Emile Lahoud, una verdadera marioneta tragicómica del régimen sirio. Hariri fue convocado (si, convocado) a la oficina del nuevo «virrey» sirio en el Líbano, el asesino Rustum Ghazale, sucesor del carnicero Ghazi Canaan, que después siendo ministro del interior de Siria se «suicidó» de dos tiros en la sien, algo que sólo ocurría en la Siria de los Al Asad. Ghazale lo recibió en su despacho de pie y gritando le conminó: ¡¡¡Tu grupo y tú votaréis la extensión del presidente Lahoud!!!” Hariri con toda dignidad y coraje se negó, y Ghazale sentenció: «No vivirás para contarlo». A pesar de la amenaza de muerte, Hariri no dio ni un paso atrás en la defensa de la independencia y soberanía de su nación.

Pocas semanas más tarde los sirios por medio de sus aliados esbirros de Hizbulá lo asesinaron con la mayor bomba-trampa conocida hasta la fecha. Ni tan siquiera los sofisticadísimos sistemas de inhibición de señales de la caravana de Hariri (los terroristas usaron un cable) y el blindaje de máximo nivel del coche, pudieron salvarle. Hizbulá, los terroristas aliados de Bachar Al Asad, plantaron debajo de la calle una bomba estilo Carrero-Blanco, pero de 2 toneladas de explosivos. No querían que sobreviviese nadie que estuviese a decenas de metros alrededor. 2000 kg. de TNT que asesinaron a 23 personas junto al propio Hariri. Investigaciones periodísticas independientes, entre otros, de la CBC (Canadian Broadcasting Corporation) determinaron que el atentado era obra de la Unidad 121, los comandos especializados en asesinatos y vendettas de Hizbulá.

Este bestial atentado dio lugar al movimiento 14 de febrero, fecha del magnicidio, que acabó echando a las tropas invasoras de la dictadura siria, pero que no consiguió sacudirse el yugo de sus servicios de asesinos profesionales, eufemísticamente llamados de seguridad.

He comunicado tanto con Walid Joumblatt como con Saad Hariri en el día de ayer. Ambos tenían la sensación de que la Justicia Divina se había cumplido. En Mukhtara un número importante de anónimos libaneses, no todos drusos fueron a rendir homenaje espontáneo a Kamal Joumblat. Walid poético y reflexivo, Saad emocionado y aliviado. Hemos cambiado a una dinastía de decenas de miles de monstruos, por centenares de miles o quizás peor. Siria, la región y el mundo, debemos estar vigilantes para no dejar que los aprendices de bárbaros superen a sus predecesores.

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