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El Papa plantea una laicidad en «colaboración» y «sin prejuicios»

Solo la movilidad reducida que le obliga a echar mano de la silla de ruedas y una voz algo ronca habla de una fragilidad física de Francisco que no se corresponde con la lucidez mental y agilidad espiritual de un Papa que el martes cumplirá 88 años. Hoy, una vez más demostró en Córcega su capacidad para desenvolverse con soltura lo mismo ante un auditorio, un grupo de niños o un jefe de Estado. Y eso que el plan de viaje exprés a la llamada «isla de la belleza» era maratoniano. Nueve horas que terminó con una reunión en privado con el presidente galo Emmanuel Macron. Antes, visitó el Baptisterio de San Juan, clausuró el congreso sobre «La religiosidad popular y el Mediterráneo», rezó ante la popularísima estatua de la «Madunnuccia» –la Virgencita, en lengua corsa–, alentó al clero y los catequistas en la catedral de Santa María Asunta y celebró una misa multitudinaria en la Place d’Austerlitz de Ajaccio. Como anfitrión de esta visita, el cardenal español Francisco Javier Bustillo, un navarro que es el único obispo de la isla y creado cardenal por Francisco hace un año.

Ningún signo de cansancio y sí gestos de cercanía y entusiasmo se pudieron apreciar en el Obispo de Roma que, una vez más, prefirió un destino de periferia al que nunca había llegado un Papa antes que participar hace una semana en la reapertura en París de la catedral de Notre Dame. No le hizo falta a Jorge Mario Bergoglio presentarse en la capital gala para ofrecer una lección sobre cómo han de ser las relaciones Iglesia-Estado en 2024 y su concepto de laicidad.

Fue en el Palacio de Exposiciones y Congresos de la principal ciudad de Córcega donde Francisco tomó la palabra para apuntar que «surge la necesidad de desarrollar un concepto de laicidad que no sea estático y rígido sino evolutivo y dinámico, capaz de adaptarse a situaciones diversas e inesperadas y de promover la colaboración constante entre las autoridades civiles y eclesiásticas para el bien de toda la colectividad, permaneciendo cada uno dentro de los límites de sus propias competencias y espacio».

Para respaldar estas afirmaciones citó a su predecesor Benedicto XVI, que había afirmado que la «sana laicidad garantiza que la política actúe sin instrumentalizar a la religión y que se pueda vivir libremente la religión sin el peso de políticas dictadas por intereses, a veces poco conformes y con frecuencia hasta contrarios a las creencias religiosas». «Por consiguiente, la sana laicidad (unidad-distinción) es necesaria, más aún indispensable para las dos», remarcó justo después. Glosando estos principios, el Papa apuntó que «en este entrelazamiento sin confusiones se configura el diálogo constante entre el mundo religioso y el laico, entre la Iglesia y las instituciones civiles y políticas». Frases que fueron subrayadas con aplausos.

Con estar coordenadas planteadas, Francisco vinculó el papel de las administraciones con el fenómeno de la religiosidad popular, de la que es abanderado y principal motivo de su escapada corsa de ayer. «Es un bello descubrimiento ver cómo la piedad popular permite colocar a la fe en la esfera pública sin crear tensiones sociales», se congratuló el Papa. «En los acontecimientos públicos que se refieren a nuestra fe vemos un importante principio de libertad e igualdad. En la calle todos se encuentran en un mismo plano: los muy religiosos, los poco religiosos y los curiosos», dejó caer.

A partir de ahí, el Pontífice ahondó en cómo la piedad popular «se manifiesta siempre en la cultura, la historia y los lenguajes de un pueblo». No dejó sin embargo de advertir del peligro de limitarla a sus aspectos externos o que «sea utilizada o instrumentalizada por grupos que pretendan fortalecer su propia identidad de manera polémica, alimentando particularismos, antagonismos y posturas o actitudes excluyentes». Descartó, con firmeza pero improvisando, que esa piedad en Córcega pueda ser acusada de supersticiosa.

En su encuentro en la catedral con el centenar de sacerdotes isleños, las religiosas, diáconos, seminaristas y catequistas, el Papa lamentó que «en el contexto europeo en que nos encontramos no faltan problemas y desafíos relacionados con la transmisión de la fe, los ambientes en que trabajan no siempre se muestran favorables para acoger el anuncio del Evangelio». Los habitantes de esta isla se declaran católicos en su 90% pero muchos de ellos no son practicantes. Muchos también son cofrades y participan en los ritos de la Semana Santa. Un sociólogo que conoce bien la situación ha escrito: «Aquí se nace católico y se acaba siendo cristiano».

No se quedaron ahí las alertas papales de la jornada. En la homilía de la misa celebrada al aire libre dejó los papeles a un lado para criticar «la cantidad de jóvenes en Roma y de tanta gente que va de compras con el ansia del consumismo, que después se desvanece y se queda en nada». «Quien vive para sí mismo y no para los demás, nunca será feliz, quien no tiene las manos abiertas para los demás, jamás será feliz», advirtió.

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