De farmacéutico a farmacéutico
Qué difícil expresar con palabras lo que uno siente en un momento como éste, cuando me llama tu hermana, mi madre, a la que adorabas, para decirme que acabas de fallecer. Este pasado domingo hablábamos en tu casa, con la pasión habitual que ponías en tus conversaciones, sobre farmacia, sobre el libro que me darías esta Navidad y sobre tu etapa como director general de la Unesco.
Tardé en conocerte. Tu trepidante vida no te dejó mucho tiempo para hacer de tío y padrino durante mi juventud. Era ahora, desde hace unos años, cuando compartíamos charlas, comidas y consejos, y me daba cuenta entonces de la importancia que tenías para mí y para toda la familia como referente ético y moral. En lo profesional sentía tu orgullo al ver que tu sobrino y ahijado siguiese, muy de lejos, eso sí, tus pasos en la política, en este caso farmacéutica.
De la memoria, tan caprichosa en el modo de seleccionar lo que guarda, surge una ocasión, con motivo de la presentación de un libro en el Ateneo de Madrid, en la que hablamos de la familia, de tus referentes, tus padres, con los que ahora te reencontrarás en el cielo, y que habéis marcado a fuego la forma de ser de muchos de nosotros. Optimismo, trabajo, ética y persistencia son solo algunos de los valores que nos habéis dejado como legado, que transmitiremos a las siguientes generaciones y que intentamos cada día que rijan nuestra forma de ser.
Acuérdate de revisar el borrador de discurso que te dejé el domingo, y que está sobre tu mesa, y ayúdanos desde arriba a seguir impulsando esta profesión de farmacéutico que nos ha unido y tan relevante para la salud de las personas, que tanto te importaban.
«La vida es un milagro que debes aprovechar. Duerme lo justo, descansa lo indispensable. Disfruta de cada momento», decía tu madre. Doy fe de que lo has cumplido con creces hasta el último suspiro.