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¿Miente él o mentimos los demás?

A estas alturas, los indicios contra José Luis Ábalos han llevado al Supremo a asumir la causa penal y pedir un suplicatorio al Congreso para suspender su aforamiento. El exministro de Sánchez es sospechoso de enriquecimiento ilícito, cohecho, tráfico de influencias y prevaricación en al menos tres casos. Primero, por contratar con la administración el suministro de material sanitario en la pandemia; segundo, por favorecer el rescate de Air Europa con dinero del contribuyente, y, tercero, por cobrar una fortuna en la licitación de empresas petroleras para el suministro de diésel. Este último caso supone cifras millonarias y es precisamente por el que el empresario intermediador, Aldama, entró en la cárcel y acabó colaborando con la Justicia.

Sabemos que Aldama y Ábalos trapichearon y se reunieron con Nadia Calviño cuando era vicepresidenta primera, con Pedro Sánchez –al que informaban regularmente–, con Ángel Torres, entonces presidente en Canarias, y con Francina Armengol, en su momento presidenta de Baleares. Hay sospechas sobre Santos Cerdán. Si sumamos que Begoña Gómez compareció esta semana para responder de tráfico de influencias y que obtuvo una cátedra inaudita en la Complutense, resulta sorprendente que el Gobierno siga en pie. No recuerdo ningún caso europeo o norteamericano de corrupción simultánea del Consejo de Ministros, la mujer del presidente y su hermano, favorecido por la administración de Extremadura.

Sánchez afronta este desafío judicial acusando a los magistrados de acoso. Es indignante. Ha dividido la sociedad en ciudadanos de izquierdas y malvados, que son jueces, partidos de oposición, presidentes de las autonomías mayoritarias y votantes que no lo acompañan. Ahonda de este modo el secular drama de las dos Españas, del que ya escribió Antonio Machado. María Jesús Montero lo ha resumido muy bien al decir que «la derecha tiene la atávica tendencia de creer que el poder le pertenece por razones de cuna, estatus y riqueza». En realidad, es el presidente quien vindica su derecho a seguir en el poder porque considera que la izquierda que él representa ha de mandar aunque no lo merezca. Esta izquierda se ha convertido en un partido decimonónico caciquista. Si la situación fuese inversa, si la derecha hubiese incurrido en los desmanes que hoy cercan a Sánchez, habría manifestaciones multitudinarias, los sindicatos hubiesen llamado a la huelga y los actores llevarían una escarapela roja. España sería literalmente ingobernable.

Sensatamente, no creo que el PSOE crea a Sánchez, es solo que se aferra a su deseo de creerle para no verse en la desagradable circunstancia de perder puestos y sillones. Lo malo es que esta negación de lo obvio no solo está generando una gran distancia entre la política y la opinión, sino que genera un escepticismo que está minando la fe en las instituciones, que por primera vez funcionaban en nuestro país.

Sánchez miente, sencillamente porque siempre ha mentido. Mintió en su tesis, mintió al prometer que nunca pactaría con Podemos o con independentistas. Mintió cuando dijo que nunca indultaría a los líderes del «procés». Mintió cuando convocó manifestaciones feministas letales en pandemia, asegurando que no eran peligrosas. Ha mentido siempre en cuanto a sus viajes en Falcon, que nunca ha aclarado. Mintió sobre sus relaciones con Venezuela y el viaje a España de Delcy Rodríguez. ¿Se puede creer a un hombre con semejante palmarés? No. Por eso tengo la convicción de que sabía lo de Ábalos, hizo la vista gorda a sus trapicheos y permitió que su mujer se favoreciese de ser quien era. Sencillamente, son de izquierdas, se merecen el poder y nosotros, fachas endémicos, debemos tolerarlo. Repetirá que mentimos todos, hasta que cale, pero el que miente desde hace mucho y como estilo de vida es él.

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