Lo llaman democracia y no lo es
El partido que gobierna en España no es democrático en su funcionamiento ni en la elección de sus líderes regionales. Tiene fácil comprobación. Una votación no es democrática si no hay competición libre entre candidatos en condiciones de igualdad, ante un electorado no coaccionado, y con un árbitro imparcial. Si el poder obliga al candidato de la oposición a retirarse para que solo exista un elegible, eso ya no es democracia. Si además se presiona a la gente a votar para dar la impresión de que el elegido tiene legitimidad, tampoco es democracia. Y si el árbitro es el mismo poder que ha obligado a un candidato a retirarse, generalmente bajo amenazas, y que apremia por vías espurias a la gente a votar al candidato oficial, recibe el nombre de autoritarismo.
Si aplicamos estas sencillas máximas politológicas al PSOE hay que reconocer que este partido no sale muy bien parado. Recordemos que Juan Lobato fue obligado a retirarse de la candidatura a dirigir el PSOE madrileño porque no obedeció a Sánchez en tiempo y forma para hacer una ilegalidad. No olvidemos que Luis Tudanca, jefe del socialismo castellano-leonés, estaba en el punto de mira desde octubre pasado por marcar su calendario de renovación antes del congreso de Sevilla. El sanchismo le lanzó a las federaciones de León -la más numerosa- y Valladolid -dominada por Óscar Puente-, y hoy es un cadáver político a pesar de haber ganado las elecciones en su comunidad.
Luego está el pobre Juan Espadas, que era un espectador forzado de las maniobras de María Jesús Montero, por ejemplo en la «compra» del Ayuntamiento de Jaén. Espadas debía retirarse antes de que las primarias proporcionaran un espectáculo por el choque entre federaciones. Espadas cumplió su papel de hombre de transición tras la derrota histórica del socialismo andaluz ante el PP. La recompensa por haber cumplido con el señorito es un buen cargo en el Senado.
A esto lo llaman democracia, y no lo es. Es paradójico que el año que el sanchismo quiere recordar la muerte de Franco retome el espíritu de la democracia orgánica. Sánchez actuará incluso con más implicación que tenía el Caudillo en las elecciones municipales: selección de los candidatos, control de la campaña, vigilancia de la votación, y recuento de las papeletas. El paralelismo con el sanchismo es evidente: el sistema asegura que el elegido sea la voz de su amo en la localidad; la unidad y la obediencia son los principios máximos; y solo sobrevive el más leal y eficaz en el cumplimiento del mandato.
Todo, como hoy, se quedaba dentro del Movimiento, que era el lugar de reclutamiento de los cargos públicos. La clave era entonces la misma que ahora, que consistía en que no hubiera una elección en aquella España que discutiera el poder, ni que lo pusiera contra las cuerdas, o que los españoles pudieran entenderlo como una crítica. En esas circunstancias, el sistema de elección era una falacia, un constructo propagandístico, un casting de servidores de Franco, y ahora de Sánchez.
No saldrá nadie en las primarias del PSOE que ponga un pero al amo del Partido y del Gobierno. Tras la defenestración de Lobato, Tudanca y Espadas vendrá la limpieza en los organismos regionales. El valor de los equipos que se nombren, como en la democracia orgánica del franquismo, estará en su capacidad de obediencia y en la calidad de su lealtad a Sánchez. Y no duden de que si en las elecciones autonómicas o municipales salen luego mal parados respecto al PP, la culpa será del dirigente local, no de quien lo puso; es decir, de Sánchez.
A la vista está que el sanchismo se ha cargado al PSOE. Lo ha convertido en una red de delegaciones de Moncloa sin personalidad ni voluntad. El resultado es un modelo de partido propio de los sistemas autoritarios, muy alejado en espíritu, formas y discursos de la democracia que dicen defender.