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De caudillo a caudillo

En los albores de la Transición aquel gran hombre que fue Torcuato Fernández-Miranda definió la esencia del proceso con una frase: «De la ley a la ley». Cincuenta años después hemos de lamentar la actual situación política con otra: «De caudillo a caudillo». El general Francisco Franco murió en la cama de un hospital tras una larga agonía y Pedro Sánchez gobierna a sus ministros y a su partido en el mejor ejemplo de caudillaje cesarista. El festín planeado por una mente vengativa como la suya para celebrar la muerte del dictador es prueba de una macabra necrofilia que dinamita los pilares de aquella Transición ejemplar y reabre de nuevo la herida, cerrada ya en esos años, de las dos Españas.

Sánchez no da punta sin hilo y el acto de presentación de los fastos en recuerdo de Franco entraña un mensaje subliminal: todo lo que no es «sanchismo» es «facherío», y aquí se integran el PP, Vox y, si es necesario, hasta el Rey. Yo soy el único salvador demócrata frente al fango de la derecha.

Resulta grotesco que en el corazón del Arte con mayúsculas madrileño, jalonado por los mejores museos de la capital, El Prado, el Thyssen, CaixaForum y el Reina Sofía, se celebre un acto de tan gran sectarismo. La obsesión de Sánchez por remover a los muertos se agiganta para tapar su fragilidad parlamentaria, su caída en las encuestas y los casos de corrupción sobre su familia, dirigentes socialistas y el fiscal general del Estado. Conmovedor resultaba la imagen de todos los ministros en pleno, por vez primera en un acto público, como un rebaño obediente alrededor del pastor jefe Sánchez.

En primera fila los dos líderes sindicalistas, faltaba más, jugosamente subvencionados con dinero público. La titular de Hacienda, María Jesús Montero, muy agitada, sin parar de hablar con Sánchez. Y la de Trabajo, Yolanda Díaz, excitada en conversación intensa con el dirigente de UGT, Pepe Álvarez, sobre la reducción de jornada laboral. Un poco más atrás su compañero y sin embargo adversario, el ministro de Economía, Carlos Cuerpo, miraba hacia el techo.

El festival teatral antifranquista cumplió el guion.

Bajado el telón, luces apagadas, una bailarina vestida de negro entre bambalinas oscuras inició el acto. Todos aplauden emocionados cuando accede Pedro Sánchez al escenario. A la búlgara, pero con sonadas ausencias de sus socios: ni Junts, ni Bildu, ni Podemos, donde a la lideresa de Sumar, Yolanda Díaz, la llaman «la musa de Restar». Patética presencia de un diputado marginal de ERC y una senadora ignota del PNV, partido por cierto en su día con veleidades franquistas. Y llegó el discurso del gran líder, como en una asamblea de Facultad de los años setenta. Curiosamente, los exteriores del Museo Reina Sofía aparecían repletos de coches oficiales, escoltas y chóferes al servicio de los cargos públicos bien pagados.

Nada que ver con aquellos jóvenes universitarios que corrían delante de los «grises» por las aulas docentes y de los que hoy poco tienen en común con esta izquierda política y mediática bien remunerada al servicio del «sanchismo». Los estómagos agradecidos son leales a la causa.

Para Sánchez, todo lo que no está con él es fascismo. Y el colmo fue el anuncio de la llamada comisionada para los fastos antifranquistas, una tal Carmina Grustán, sobre un «escape room» a lo largo de todo el año. O sea, una «tournée» festivalera, al estilo de la Pantoja, según comentaba con sorna un asistente al acto en voz baja. Una pequeña voz crítica, que no le escuchen desde luego, porque lleva el camino de Luis Tudanca o Juan Espadas. ¿Y cuánto cuesta todo esto?, le preguntaban algunos periodistas al ministro de Política Territorial y Memoria Democrática, Ángel Víctor Torres, dado que habrá una oficina del comisionado y varios organismos implicados. Ni sabe, ni contesta, el Gobierno lo dirá en su día. Olé la transparencia.

Fuera del Reina Sofía un grupo de manifestantes claman por menos impuestos y una vivienda digna. Nada, lo importante es el avance del fascismo y la ultraderecha internacional. Terminado el bodrio, en un restaurante cercano, algunos exministros, uno de Felipe, otro de Aznar y un tercero de Rajoy, coinciden en su almuerzo mensual con un grupo de periodistas de la transición. Piden que el PP no sucumba a las presiones y este relato infumable del «sanchismo». La conclusión es unánime: un disparate histórico y caudillista. Pues eso.

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