La caída en cascada

La caída en cascada

Lo que los nuevos poderes tienen que saber y ser conscientes de todo aquello que no les conviene hacer, de los límites que no se pueden cruzar y no sobreponer sus intereses sobre el interés común.

En donde antes todo fue acierto, sabiduría e inteligencia, de golpe, cuando suenan las campanas del cambio de ciclo, cuando se empieza a percibir que, aunque se gane, puede que se pierda, todo se vuelve catástrofe, error y se es consciente del mal cálculo sobre cómo era que se tenían que hacer las cosas. En todo cambio de régimen, sucede lo mismo. En todos los países relativamente estables –como presume ser el nuestro– cada elección presidencial supone un borrón y cuenta nueva. Es como si de la noche a la mañana se rompiera el hilo de la continuidad y se empezara a trabajar bajo el camino de la voluntad propia. Dada la estructura mental, social y psicológica que tenemos, con cada presidente se inaugura una nueva forma de hacer las cosas y de ejercer el poder.

En este punto del camino me asombran tantos errores expuestos en las primeras planas de los periódicos, como, por ejemplo, es el caso de los asuntos y dilemas –por llamarlos de una manera– que la ‘4T’ ha tenido y sigue teniendo con el Poder Judicial. Me sorprende que hay casos que, pese a haber transcurrido cuatro o cinco años de que salieron por primera vez a la luz, ahora es cuando más se está magnificando y subrayando la tensión que ha habido en esta administración entre el Poder Ejecutivo y el Judicial. En cuanto al Poder Legislativo, este tipo de disputas no se han dado ya que –además de que Morena tuviera la mayoría absoluta durante los primeros tres años del gobierno de López Obrador y a pesar de haberla perdido en 2021– fueron contadas las ocasiones en las que hubo el suficiente contrapeso para frenar los designios y deseos del Presidente.

En este momento se está produciendo toda una serie de acontecimientos que, sin duda alguna, está teniendo o va a tener una gran repercusión política. Antes, cuando se inició la cascada, cuando se organizó una investigación exhaustiva como la que ordenó la Suprema Corte de Justicia de la Nación y que terminó ocupando las primeras planas de los periódicos –es verdad que promovida por la oposición–, daba la impresión de que, aunque se sabía y estaba dentro de la normalidad de los abusos del poder, existían los suficientes contrapesos para evitar situaciones extraordinarias. Ahora todo está en manos de la incertidumbre y aún no es posible descifrar exactamente cuál será el panorama y la situación a la que se enfrentarán los poderes y el país después de lo que suceda el próximo 2 de junio.

Todo el mundo sabe que no es lo mismo la velocidad de subida que la velocidad de caída. La ley de la gravedad, descrita tan genial y sencillamente por Isaac Newton, establece que la velocidad adquirida puede ser mayor si se le suman factores que produzcan un efecto de cascada. Esto nos lleva a una reflexión superior que, más allá de la sospecha, ¿llegará un punto en el que los responsables máximos paguen por las desviaciones y abusos de poder perpetrados? Por encima de las técnicas del periodicazo y de la exposición pública de los hechos, ¿habrá un poder o instancia lo suficientemente fuerte y capacitada para reinstaurar los límites del poder?

Hemos llegado a un punto en el que es muy importante cuestionarnos y analizar sobre el futuro político que les espera a los que, con nombre y apellidos, amparan y figuran –con independencia de que lo sean o no– como los responsables máximos de este abuso y desviación de poder. Una práctica que se ejemplifica y se personaliza bajo el hecho de mantener a los titulares de los juzgados, pero que, en el fondo, dictaminan las sentencias en otros despachos.

A la próxima presidenta de México –puesto que a estas alturas se puede afirmar que sólo puede ser una mujer quien porte la banda presidencial tras las siguientes elecciones– le tocará el trabajo no sólo de reconstruir la relación, sino de reconstruir los equilibrios entre los tres poderes de la nación. De momento, los únicos que tendrán cosas qué investigar de este tiempo en el nuevo tiempo, van a ser los representantes del Poder Judicial. Por eso es tan básico saber a qué van a querer jugar y qué es lo que realmente van a querer imponer tanto las instancias gubernamentales como nosotros como sociedad.

Una de las grandes preguntas que surgen en este tramo final del camino de la administración del presidente López Obrador es: ¿habrá castigo para los crímenes cometidos durante estos últimos seis años? Además, y esto es lo más importante, toda experiencia nos deja como lección que si el poder corrompe… es poder absoluto corrompe por completo. Dicho esto, lo que los nuevos poderes tienen que saber y ser conscientes de todo aquello que no les conviene hacer, de los límites que no se pueden cruzar y no sobreponer sus intereses sobre el interés común.

Es posible que todo lo hecho hasta este momento haya sido para cumplir o tratar de cumplir con un plan mayor ideado desde hace años por quien ocupa el Palacio Nacional. Aunque, desde luego, en muchas ocasiones –con contadas excepciones– ese plan no ha sido para subsanar ni cumplir con los verdaderos intereses nacionales. Quien sea la siguiente presidenta inevitablemente será la heredera de un sinfín de cuentas por cumplir y, sobre todo, una bola de nieve cada vez mayor que se está desarrollando alrededor de la falta de confianza en las instituciones que regulan y marcan el paso de nuestro día a día.

Todo lo que está sucediendo es de suma importancia no sólo para la vida cotidiana de los ciudadanos, sino también para poder garantizar una estructura jurídica lo suficientemente sólida y estable que asegure y permita un futuro desarrollo dentro y fuera del país. Temas como el puntual pago de la deuda, la resolución de temas pendientes en acuerdos como el T-MEC, la participación proactiva internacional del país, entre otros, son esenciales para poder planear e idear el futuro de México. Sin ello, por más que tengamos una lista de países y de actores comerciales –que los hay– dispuestos a invertir y desarrollar oportunidades en nuestro país, simplemente no será posible. Y es que, con elementos tan significativos como lo está siendo la oportunidad que acompaña al T-MEC y al nearshoring, la realidad es que hoy México es uno de los destinos más atractivos para invertir a nivel global. Sin embargo, y reitero, toda esta idoneidad podría desaparecer de un momento a otro si antes no se resuelven los múltiples e importantes temas pendientes. Y es que lo que es un hecho es que no podemos depender de factores externos y tenemos que iniciar a ordenar el desastre interno para evitar una circunstancia en la que nos limitemos a vivir y depender del ahorro nacional y del envío de las remesas.

México necesita un replanteamiento estructural. No sólo en la relación entre los tres poderes que nos rigen, sino también en la forma en la que nos comportamos y actuamos con el mundo exterior. Desgraciadamente, hemos llegado a un punto en el que las instituciones son cada vez más cuestionadas y donde es indispensable dar vuelta atrás y recomponer los errores cometidos para restaurar la fe en sus capacidades y actuaciones. Estamos ante una situación en la que la mejor manera para atraer lo exterior debe de empezar por hacer las paces y restructurar el planteamiento y sistema interior.

No hay que equivocarnos, lo que pasa con quienes portan las togas no es un espectáculo de minorías. La situación y el conflicto entre el Poder Ejecutivo y el Judicial es algo sumamente delicado y algo que, de no corregir el camino, nos puede llevar a un punto sin retorno en el que difícilmente podremos asegurar el desarrollo y futuro del país. Cuando se trata de los negocios del poder, la justicia es mucho más que una declaración eternamente invocada. Es un territorio en el que debemos contar certidumbre y seguridad sobre su debida y correcta aplicación. Y para lograr tener un sistema en el que la justicia funcione como debe ser, tanto en lo teórico como en lo práctico, se requieren actuaciones contundentes y definitorias. Resultaría muy difícil e incluso catastrófico vivir con una justicia corrupta, prestada o influenciable desde el poder. Sería imposible vivir sin ningún tipo justicia.

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