Mireia Belmonte y un idilio olímpico para la historia

Mireia Belmonte apareció en el panorama olímpico con apenas 17 años, en Pekín 2008, donde se probó en la mayor de las ligas. Aunque no encontró premio, todavía se le hacía larga la piscina de 50 metros, sí adquirió aprendizaje y experiencia en esa primera aventura que compartió con Nina Zhivanevskaya , mentora, ídolo y amiga. En los siguientes cuatro años perfiló lo que ya se intuía en esas brazadas posadolescentes. Acompañada desde 2010 con Fred Vergnoux, con el que creó un binomio extraordinario, en Londres 2012 llegó la eclosión, una plata en 800 libres y otra plata en 200 mariposa, esa en la que, además, puso su nombre en varios récords. Esa prueba que la consagraría cuatro años después, en Río 2016 cuando despertó a todo un país para seguir sus dos minutos y cuatro segundos que culminaron con el oro , cuatro días después de haber sumado la primera alegría con un bronce en 400 estilos. Esto es solo un resumen de una historia estupenda con los Juegos Olímpicos, pero hay muchas miles de brazadas para esas cuatro medallas y todas las que ocupan sus vitrinas conquistadas en Mundiales y Europeos de piscina larga y corta. No son incontables los kilómetros que podía acumular en una temporada (unos 3.900 realizó en 2016), pero sí abrumadores para la mayoría de los mortales, sobre todo si se atiende a que sus entrenamientos apenas le dejaban veinte días libres al año y que no solo eran en piscina, sino que sumaba gimnasio, carrera, entrenamiento en altura, boxeo, esquí y todo lo que supusiera una milésima menos dentro del agua. Un menú diario que Mireia asumía a rajatabla y que se reflejaba después en las competiciones. Solo en torneos europeos, además de la plata por equipos en 2016: cuatro oros (200 estilos en 2008, 1.500 en 2012 y 2014, y 200 mariposa en 2014); cuatro platas (400 libre en 2012, 400 estilos y 800 libre en 2014, y 1.500 en 2016); tres bronces (200 mariposa en 2008, 5 kilómetros aguas abiertas y 400 libres en 2014). En Mundiales: platas en 200 mariposa y 400 estilos y un bronce en 200 estilos en 2013; dos platas (1.500 y 400 estilos) y un oro, en 200 mariposa, en 2017. Para entender la ambición y el gen competitivo de Mireia, imagen icónica a la salida a la piscina siempre: cascos y toalla al hombro, uñas pintadas con manicura perfecta, bien vale este oro en Budapest. Pues ya había conseguido lo más difícil, el oro olímpico, pero le faltaba en el currículo esa presea mundial que se le había resistido tanto. En lugar de tomar las vacaciones y la desconexión oportuna, volvió antes a la piscina con la intención de agarrar ese objetivo. No tardó más que unos meses en conseguirlo. Palmarés y registros a su nombre que le otorgaron ilusión y fuerzas para completar otro ciclo olímpico, con un premio mayúsculo porque fue abanderada, con Saúl Craviotto, en Tokio 2020. Sin la explosividad de antes, pero con el bidón de las ganas a tope, volvió a emocionar con una cuarta plaza en el 400 estilos, a solo 23 centésimas del podio. Una final que casi fue un regalo de despedida, pues a partir de ahí, el cuerpo envió mensajes de desgaste. El hambre de más y ese gen competitivo que la había llevado a las alturas, la empujó a intentar completar unos últimos surcos en la piscina olímpica, pues apenas eran tres años más. El objetivo, clasificarse para sus quintos Juegos. Pero el cuerpo ha sido el peor de sus rivales y las ganas de París 2024 han chocado con la realidad. Con 33 años de un físico machacado en miles de kilómetros en la piscina, los hombros se han llevado siempre la peor parte. La bursitis y demás complicaciones dieron al traste con una buena preparación. Nadó en Roma 2022 su última competición internacional, y tuvo que salir de la piscina en octubre durante casi todo un año en el que se esforzó en mantener la ilusión con entrenamientos del tren inferior y poco del superior. Hubo dificultades externas, rompió con Fred Vergnoux y también dejó la UCAM para fichar por el Club Natación Barcelona. Pero la badalonesa siguió intentándolo. Eliminó las pruebas que la habían hecho célebre (mariposa y largas distancias) por esa dificultad en rotar los hombros con facilidad y velocidad; se lanzó a nadar a finales de 2023, en Róterdam, y volvió a saltar a la piscina en Nimes en abril para apurar las opciones de esas mínimas que se iba a jugar este junio, en Mallorca. En este campeonato de España se apuntó a tres retos: 200 y 400 estilos y 400 libres. Su rendimiento durante este tiempo ya señalaba que estaba lejos de las marcas que daban la plaza olímpica, pero de Mireia Belmonte, ya lo había demostrado en muchas ocasiones, no se pueden poner afirmaciones antes de que salte al agua. Sin embargo, no hubo milagro. No pudo atrapar ese 2:11.47 que necesitaba en la final de 200 estilos, que completó en 2:17.55. Tampoco lo pudo conseguir en los 400 estilos, pues cerró su carrera en 4:49.08 cuando se requería un 4:38.53. Y en la última opción, los 400 libres, incluso tuvo que esperar a la baja de otra nadadora para disputar la final A porque no logró clasificarse directamente con su resultado de la mañana. Ya en la tarde, se quedó también muy lejos de los 4:07.90, con un tiempo total de 4:20.72. Una despedida amarga para la mejor nadadora española de la historia que empezó en Badalona porque tenía problemas de espalda cuando era niña, que deja un legado magnífico y que salió ayer de la piscina de Son Hugo con el rostro serio, inalcanzada esa meta de competir en los que hubieran sido sus quintos Juegos. Tiene por delante el futuro, del que solo ella sabe si continuará en la piscina, que es para siempre suya, o emprenderá el camino ya fuera de su hábitat natural.

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