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Valor a lo que valor merece

Valor a lo que valor merece

Textos de oración ofrecidos por Christian Díaz Yepes, sacerdote de la archidiócesis de Madrid

Meditación para este domingo XVIII del tiempo ordinario

El evangelio de hoy continúa la enseñanza de Cristo sobre del alimento espiritual que necesitamos para la vida eterna. Él se presenta a aquí como el pan de vida, sustento que va más allá de lo físico, pues sacia el alma y nos lleva a la comunión plena con Dios. Leamos y meditemos:

«En aquel tiempo, cuando la gente vio que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las barcas y se dirigieron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla del lago, le preguntaron: “Maestro, ¿cuándo llegaste aquí?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que ustedes me buscan no porque han visto signos, sino porque comieron pan hasta saciarse. No trabajen por el alimento que se acaba, sino por el alimento que permanece para la vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; pues a este lo ha sellado Dios el Padre”. Ellos le preguntaron: “¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?”. Jesús les respondió: “La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado”. Le dijeron: “¿Y qué signo haces tú, para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: Les dio a comer pan del cielo”. Jesús les respondió: “Les aseguro que no fue Moisés quien les dio el pan del cielo; es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo”. Entonces le dijeron: “Señor, danos siempre de ese pan”. Jesús les dijo: “Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá hambre, y el que cree en mí nunca tendrá sed”.» (Juan 6,24-35)

La importancia de la Eucaristía en la vida de los fieles no puede ser subestimada. Es en este sacramento donde encontramos la verdadera sustancia que nos fortalece desde lo más íntimo y personal de cada uno en su relación con Dios y con los hermanos. Es la comunión con Cristo viviente, quien se hace presente en el pan y el vino consagrados. Aquí está la fuente y centro dinamizador de nuestra vivencia católica.

Las palabras del Señor nos enseñan que, más allá de la saciedad material, como la de los que comieron los panes y peces que Jesús multiplicó, hemos de buscar el alimento que permanece para la vida eterna. Es en la Eucaristía donde lo encontramos, porque en ella recibimos a Dios mismo, quien nos da la gracia para vivir según su voluntad. Este sacramento nos recuerda que nuestra existencia no se limita a lo material, sino que está llamada a trascender hacia el reino inaugurado por él en su Pasión, muerte y resurrección.

Es por eso que nuestra participación en el sacrificio de la misa no puede convertirse en una rutina, sino que hemos de redescubrir el profundo significado de este sacramento. Cada vez que asistimos a la misa y comulgamos, estamos respondiendo a la invitación de Cristo a participar en su divinidad. Este acto de fe debe ser vivido con una preparación interior y una disposición exterior que reflejen nuestra coherencia cristiana y nuestro amor por Dios.

El pasado mes de julio, el Congreso Eucarístico Nacional de Estados Unidos, celebrado en Indianápolis, resaltó la importancia de la Eucaristía en la vida de los católicos. Este evento reunió a miles de fieles, teólogos y líderes eclesiales para profundizar en el misterio eucarístico y renovar su compromiso con este sacramento. Entre los mensajes más poderosos del congreso, se destacó la necesidad de dar un nuevo realce a la Eucaristía en nuestra piedad y en nuestro compromiso vital. Por eso uno de los puntos clave fue la llamada a una mayor reverencia y adoración eucarística. El Santísimo Sacramento es un don tan grande que merece ser recibido con el mayor respeto y adecuada preparación. Esto implica no solo asistir a la Misa dominical, sino también participar frecuentemente en la adoración eucarística y hacer de la comunión semanal la prioridad de nuestra vida de fe. La adoración nos permite contemplar el misterio de Cristo y fortalecer nuestra relación con él, en tanto que la comunión recibida en gracia y con los correspondientes gestos de humildad y adoración, nos da un adelanto de la comunión con Dios más allá de esta vida terrena.

Para crecer en estos aspectos, en el Congreso Eucarístico de los Estados Unidos se subrayó la importancia de la formación eucarística. Conocer y entender el misterio del Santísimo Sacramento nos ayuda a valorarlo más profundamente. Esto incluye estudiar la doctrina de la Iglesia, reflexionar sobre los escritos de los santos y participar en retiros y conferencias que nos enriquezcan espiritualmente. Esta mayor comprensión del misterio eucarístico nos ha de llevar a una mayor apreciación y a una vida cristiana más plena.

Así, pues, como nos enseña el evangelio de hoy y lo testimonió muy bien el reciente Congreso Eucarístico de los Estados Unidos, necesitamos dar un nuevo realce a la Eucaristía. Debemos valorar este sacramento como el alimento que nos conduce a la vida eterna y participar en él con una profunda devoción y compromiso. La Eucaristía nos conduce a una íntima comunión con Cristo y nos fortalece para vivir como auténticos discípulos suyos y hermanos entre nosotros. Recordemos siempre que en este sacramento encontramos el verdadero pan de vida, el único que puede saciar nuestra hambre espiritual y guiarnos hacia la plenitud de la vida en Dios.

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