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Inger Enkvist, sobre la Memoria Democrática: "Están construyendo el argumento para la Tercera República"

Parece que cualquier crítica o duda sobre el carácter positivo de la Segunda República convierte al analista en franquista o «revisionista» y lo incluye en una trama mediática, académica y política para desprestigiar dicho régimen. El historiador serio asiste pasmado a estas reacciones, claro, tanto como cuando se demoniza el periodo de 1931 a 1936 más allá de la verdad documentada. Por eso, pregunto a Inger Enkvist, catedrática de Filología Española en la Universidad de Lund (Suecia), pedagoga y autora de «El naufragio de la Segunda República. Una democracia sin demócratas» (La Esfera de los Libros), si es facha y pertenece a un complot para desprestigiar ese régimen. Quizá tuvo una ceremonia de iniciación, con incienso y capirote, en una cueva presidida por un retrato del Caudillo. La autora se ríe porque recuerda la nota sobre su libro en el periódico global. «Lo que he escrito es estrictamente lo que he aprendido trabajando con fuentes diversas, nada más», me dice.

La izquierda, nerviosa

Enkvist pertenece a esa escuela en la que la Historia es lo que marca el documento, no el sentimiento, y, además, de la que aplica los conocimientos de la ciencia política para estudiar la clase dirigente, las instituciones, las elecciones y las leyes. El resultado aplicado al régimen del 31 no es precisamente edificante. «Esto pone nerviosos a los historiadores de izquierdas, a los que no les gusta que se hable de las debilidades de la Segunda República», sentencia Enkvist. No se agitan tanto cuando se debate sobre el reinado de Carlos IV. Pregunto qué hay detrás de esos nervios: «Están construyendo el argumento histórico sobre el que edificar la Tercera República». Tiene sentido. «Fíjese que las leyes de memoria histórica y democrática –me dice– comienzan en 1939. No abordan el periodo republicano para eludir la violencia política de la izquierda durante ese tiempo. No quieren que los españoles relacionen la República con muerte y desorden».

Las encuestas dicen que solo los más jóvenes, entre 18 y 29 años, se sienten mayoritariamente republicanos. «Claro. Los manuales de las escuelas tergiversan la historia de la Segunda República». Quiero que me ponga ejemplos sobre esa distorsión y se los pido: «Apenas hablan de la Revolución de octubre de 1934, en la que la izquierda se levantó en armas contra el gobierno legítimo y democrático, con participación de ministros del gabinete anterior, que según perdieron las elecciones prepararon el levantamiento. No se dice tampoco en los manuales que hubo mucha censura, que se quemaron iglesias y conventos, y que el Gobierno no hizo nada por impedirlo ni por castigarlo. Y no se menciona la Ley de Defensa de la República, que quitó las libertades establecidas en la Constitución de 1931». Detrás de esa «manipulación», dice la autora sueca, está la izquierda, especialmente, el PSOE. «Mienten en los manuales –afirma con rotundidad–, pero lo peor es la omisión. Ocultan aquellas cosas que no son favorables al partido socialista».

Aprovecho y pregunto por el PP y la enseñanza de la Historia en España: «Tengo una hipótesis. Los populares no se meten en esta cuestión porque tienen miedo a su propio pasado. El centro derecha español se ha creído el relato histórico de la izquierda y piensa que los no socialistas, los suyos, eran muy malos». Me dice que hace falta más investigación libre sobre la verdadera historia contemporánea de España, como la obra de Sergio Campos Cacho y José Antonio Martín Otín titulada «Violencia roja antes de la Guerra Civil» (Espasa). Los autores han descubierto que las checas en Madrid empezaron antes del golpe del 36. La profesora Enkvist concluye que el PP «debería haberse metido en cómo se enseña la Historia» porque eso también es cuidar la democracia. «Los países que hablan con verdad de su propia Historia son más equilibrados en su vida política».

Vuelvo a la Segunda República, que es el objeto de su libro. Deseo que me señale los momentos en los que se quebró esa democracia: «El asunto empezó mal. El gobierno de abril de 1931 no fue elegido por nadie, y hubo fraude en las elecciones de 1936. Pero eso, siendo malo, no es lo peor». E insiste en la Revolución de octubre de 1934, en la decisión de la izquierda de romper el sistema para recuperar el poder que habían perdido en las urnas. «Ay, el PSOE», lamenta. Le recuerdo que mientras el Partido Socialdemócrata sueco de Hjalmar Branting colaboró lealmente con la monarquía democrática de su país en la década de 1920, en España el PSOE participaba en la dictadura de Primo de Rivera. «En Suecia hemos tenido la suerte de que el partido socialista no fuera revolucionario», suelta de forma lapidaria.

Quizá lo incómodo, digo, es reconocer que la responsabilidad en el naufragio de la Segunda República no estuvo en el pueblo, sino en la élite política. «Hubo mucha frivolidad entre los dirigentes, por ejemplo, Alcalá Zamora y Azaña. Largo Caballero, que llamó a la guerra civil, e Indalecio Prieto con sus manejos. Fueron muy irresponsables. La élite política impulsó el fracaso de la Segunda República».

El entusiasmo estéril

Regreso a la España de la década de 1930 para preguntar qué salvaría de la Segunda República: «El voto de la mujer, sin duda», apunta, pero luego se queda callada. Le cuesta. «Se puede salvar el entusiasmo inicial, el de abril del 31, aunque no sirvió para nada. Fue un espejismo». El republicanismo en España ha sido siempre otra manera de hacer la revolución, no una forma de Estado democrática alternativa a la Monarquía. «Por eso la República promete resolver todo con su simple proclamación. Al no suceder, porque es imposible, vienen los problemas». Luego está la educación. «Azaña –apunta la pedagoga– estuvo más obsesionado con sacar a la Iglesia del sistema educativo que en mejorar la instrucción de las nuevas generaciones». También estuvo la Institución Libre de Enseñanza, una «experiencia interesante» y elitista.

Nos despedimos. El libro se lee con facilidad y agrado recorriendo las sorpresas que se encontró la filóloga sueca al estudiar la España de comienzos del siglo XX hasta la Segunda República. Imagino el impacto al compararlo con la historia de Suecia. Quizá algunos de sus críticos podrían hacer un trabajo de investigación a la inversa; es decir, demostrar que los dirigentes del Partido Socialdemócrata sueco se equivocaron al no ser revolucionarios y despreciar el comunismo, que hicieron mal al ser leales a la democracia y centrar sus esfuerzos en la mejora de las condiciones de vida de los trabajadores, que tenían que haber despreciado a la derecha política sueca y proclamado la dictadura del proletariado cuando en 1936 llegaron al 45,9% de los votos. Sabemos que el caso sueco no es equiparable al español, por supuesto, hay diferencias, pero sí resulta comparable y aleccionador, porque los republicanos y el PSOE tuvieron una oportunidad en 1931 para hacer las cosas bien, fundar una democracia, y se desperdició.

  • «El naufragio de la Segunda República» (La Esfera de los Libros), de Inger Enkvist, 224 páginas, 19,90 euros.

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COMBATIR LA MANIPULACIÓN

Inger Enkvist no es una recién llegada a la Historia de España ni ajena a nuestra cultura. De hecho, es filóloga de español y ha estudiado nuestro complicado sistema educativo. Escribió un ensayo sobre la educación en Cataluña en 2013, en especial, sobre el tratamiento de la Historia y el apartamiento del español en las aulas. El sistema catalán, escribió, con su inmersión lingüística y su empeño adoctrinador, «recuerda lo que en los años 30 en Alemania se llamaba Gleichschaltung», que consistía en «imponer términos especiales» con una combinación de «propaganda y desinformación» para desarmar a la oposición, crear «confusión en las mentes de la gente» y debilitar «su resistencia». Enkvist está convencida de la necesidad de «recuperar el valor de la verdad» en ámbitos como la Historia, incluida la Segunda República. En este sentido, insiste la profesora sueca, es imprescindible la implicación de profesores, periodistas y políticos. Es la mejor manera, dice, de combatir la «manipulación» y defender la democracia.]]

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