¿Hay pastillas para curar a los maltratadores?
El maltrato, en cualquiera de sus formas, es una herida invisible que desgarra las fibras más íntimas de las relaciones humanas. Y es que, destruye los pilares de estas -la confianza, con el respeto y con el cuidado mutuo- originando que las víctimas puedan experimentar una sensación de vulnerabilidad, aislamiento y pérdida de identidad que es difícil de reparar. Pero para comprender verdaderamente la magnitud de este daño, es imprescindible mirar hacia el otro lado de la ecuación: la figura del agresor. Está claro que su conducta se manifiesta desde la evidente violencia física hasta el abuso psicológico y emocional más sutil. Pero ¿qué lleva a una persona a convertirse en maltratador? ¿Los maltratadores son enfermos o son la consecuencia de una cultura impregnada de desigualdad y abuso de poder? Y, en cualquiera de los casos, ¿es posible su recuperación?
Históricamente, una de las hipótesis más controvertidas sobre el maltrato ha sido la posibilidad de considerarlo una enfermedad, ya sea de tipo psicológico, emocional o, incluso, psiquiátrico. Desde esta perspectiva, se argumentaba que algunos agresores podrían actuar impulsados por trastornos de personalidad, problemas de regulación emocional, traumas no resueltos o déficits empáticos que condicionan su comportamiento. Patologías como el trastorno narcisista o antisocial de la personalidad se han relacionado en ciertos estudios con conductas abusivas, al igual que la presencia de adicciones o problemas de control de la ira. Esta visión permitiría abrir las puertas a tratamientos y rehabilitación.
Nada más lejos de la realidad. “El hombre maltratador, no es un enfermo mental”, subraya Andrea Acuña, psicóloga general sanitaria especializada en evaluación e intervención clínica orientada bajo una perspectiva contextual y de género. La especialista puntualiza que es necesario entender que los diagnósticos psicológicos son una manera de nombrar y categorizar una serie de problemáticas, pero, en ningún caso, dan explicación a las conductas de la persona. Y, en línea con su afirmación, indica que es muy habitual que los maltratadores presenten rasgos de personalidad problemáticos: impulsividad, bajo control de la ira, distorsiones cognitivas, déficit en comunicación y resolución de problemas, y baja autoestima.
La psicóloga niega que el maltrato se pueda explicar con la enfermedad mental, pero señala que en algunos maltratadores sí hay presencia de ciertos trastornos. “Aunque hay mucha discusión sobre el tema, alrededor del 30% aproximadamente presentan trastornos de la personalidad, de dependencia, narcisista, personalidad límite, paranoide o antisocial, principalmente. Y, en un porcentaje bajo (5-10% aproximadamente) presentan rasgos psicopáticos. No obstante, hay que destacar que la presencia de estos trastornos o rasgos no implica que vaya a existir maltrato”, asegura.
Entonces, si en el cerebro del maltratador no ocurre nada que dé explicación a su conducta, ¿a qué factores responde el hecho de que un hombre ejerza violencia contra una mujer? Aunque el perfil del maltratador resulta heterogéneo, encontramos factores habituales tanto a
nivel individual como familiar, social o cultural. “Las dinámicas de abuso de poder, la enseñanza a través de la coerción y la presencia de roles de género marcados son algunos factores comunes en la historia de los maltratadores. También lo son la violencia en la infancia, por maltrato, negligencia o violencia de género en los padres, así como el alcoholismo y abuso de sustancias que están íntimamente relacionados con la impulsividad y agresividad”, sostiene la psicóloga. En general, la psicóloga lo atribuye a un aprendizaje en el que no se aprende a lidiar con las emociones desagradables, en el que los comportamientos violentos, impulsivos o de poder son funcionales, con un carácter machista, y en el que no está presente la autocrítica.
En los que respecta a los múltiples factores que pueden influir en el comportamiento violento de los hombres hacia sus parejas, los factores sociales juegan un papel determinante. “Entre ellos, destacan: el autoritarismo, entendido como un modelo arraigado de control y supremacía sobre la mujer; la influencia de un estereotipo sobre la mujer, cosificándola (RRSS, anuncios sexistas…)”, enumera Miguel Ángel Alfaro González, trabajador social sanitario en el Centro de Salud de Atención Primaria de Tres Cantos y Colmenar Viejo.
Así, esta conducta del agresor, marcada por patrones de dominación y control a través de la manipulación, las amenazas y la humillación, responde a creencias profundamente arraigadas sobre la superioridad, el derecho a ejercer control o la incapacidad para gestionar conflictos de manera saludable. “En Psicología, consideramos maltrato a aquellas conductas continuadas de desprecio, humillación, minusvaloración, control, posesividad y celos mal gestionados. Y es habitual que estas conductas sean veladas e, incluso, justificadas por el maltratador como una manera de preocupación o cuidado. La punta del iceberg sería la violencia física (incluyendo la ambiental, como dar puñetazos a una pared) y violencia psicológica evidente (insultos, amenazas, acoso) y, por supuesto, la violencia sexual (presión por mantener sexo, chantaje emocional, relaciones no deseadas… El maltrato, en definitiva, es un ejercicio de poder en negativo”, describe Acuña.
¿Es posible que un maltratador “se cure”?
Descartado el hecho de que el maltratador sufra una enfermedad mental que le lleve a practicar violencia contra la mujer, es deducible que su recuperación no pueda realizarse desde un enfoque sociosanitario. “Siempre se puede ayudar, pero, desgraciadamente, las experiencias de intervención previas no nos hacen ser muy optimistas. En el ámbito sociosanitario, nos encontramos con factores individuales en el maltratador que predicen evolución y, lo que es más importante, nos pueden alertar para prevenir situaciones de violencia graves. Estos factores individuales que nos pueden servir de “termómetro” son la presencia de notas psicológicas relacionadas con la socialización sexista: misoginia, baja autoestima e inseguridad, celos patológicos, impulsividad y falta de control, posesividad y exceso de control sobre la mujer”, apunta Miguel Ángel Alfaro.
Desde un enfoque terapéutico, sí existen herramientas para ayudar a un maltratador a cambiar de conducta. Existen programas diseñados específicamente para ellos. “En estos programas se trabaja principalmente en la educación emocional (gestión de la ira, psicoeducación…) y la deconstrucción de creencias machistas. La principal traba suele ser el carácter egosintónico del maltrato, es decir, que no identifique que lo que hace es un problema ya que está en coherencia con sus creencias (“estoy actuando como un hombre debe actuar”, “estoy
defendiendo lo mío”…) y que no quieran recibir esta ayuda. Pero, si hay conciencia del problema y voluntad, pueden conseguirse grandes avances”, sostiene Andrea Acuña.
Y reflexiona sobre los mayores desafíos que existen al intentar modificar esas creencias en los hombres que ejercen violencia. “Uno de los más complejo es el arraigo que tienen determinadas creencias en el modelo social, como es el caso del modelo de masculinidad “superior”. A veces, normalizado, está muy arraigado en nuestra sociedad. Aunque poco a poco va cambiando, romper con este modelo es el principal obstáculo a nivel socioeducativo que tenemos por delante”, lamenta el trabajador social.
La clave está en la educación, es decir, en promover cambios de conducta y creencias desde edades tempranas a través del desarrollo de programas de intervención educativa. “Todos y todas deberíamos pasar de la información a la acción, volarnos en el abordaje del maltrato desde todos los ámbitos. Porque no hay fármacos que eduquen; por lo tanto, es tarea de todos, abordar este grave problema de salud pública”, concluye Alfaro.
De la misma opinión es la psicóloga Andrea Acuña, quien añade que se pueden adoptar medidas desde el ámbito familiar para prevenir el maltrato. “La clave está en educar a nuestros hijos en valores de igualdad, con una educación afectiva y sexual sólida que lo acompañe. También ayudando al desarrollo emocional adecuado: enseñándoles a identificar sus necesidades emocionales y formas adecuadas de gestionarlas, destacando la importancia de gestionar la frustración y la ira. Resulta esencial crear un contexto de comunicación abierta donde expresarse de manera libre de juicios, tratando de ser figuras de referencia positivas”, recomienda.