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Jacques Audiard presenta en Cannes a "Emilia Pérez": trans, narco y Virgen Santa

Jacques Audiard presenta en Cannes a

El director de "De óxido y hueso" presenta un extraño musical protagonizado por Zoe Saldana, Edgar Ramírez y Selena Gómez

Es el musical un género mestizo, afín a lo mutable, que transforma todo lo que toca. Es gracias a él que, en “Emilia Pérez”, que el francés Jacques Audiard presentó a competición en Cannes, un thriller sobre el mundo del narcotráfico se convierte en melodrama, o lo que es lo mismo, en un drama que saca la música que lleva dentro. Lo hace con una singularísima protagonista: el Manitas, un monarca del rey del cartel de la droga mexicana, que decide resetear su vida como mujer trans bajo el nombre de Emilia Pérez. El resultado es una película que camina con convicción entre lo sublime y lo ridículo, nada avergonzada de su condición de culebrón desaforado.

Rita (estupenda Zoe Saldana) es una abogada que está harta de doblegarse ante jefes corruptos por un salario precario. Recibe la llamada del Manitas, que le pide que le ayude a cumplir su sueño, buscándole el mejor cirujano (y el más discreto) a cambio de dos millones de dólares. Audiard, que llevaba dándole vueltas al guion desde hace más de dos años y cuyo primer objetivo era hacer una ópera, nos empuja a que comulguemos con ruedas de molino, y que compremos una decisión que sobre el papel puede resultar harto discutible: que cuando un asesino sanguinario sea la mujer que siempre soñó se transforme en una santa, dispuesta a redimirse de sus crímenes perpetrados como hombre.

 

Lo cierto es que lo más interesante de la película es que esa transición moral funciona dramáticamente, y coincide con la fluidez de género del propio filme, que transita del musical al drama y luego al thriller y luego al musical y luego al culebrón y otra vez al musical y finalmente a la tragedia, con un admirable descaro. Cineasta mercurial como pocos, Audiard demuestra que no teme al cine popular, ni tampoco a que le acusen de banalizar la violenta realidad de México. Aquí no se trata de cantar bien, sino de cantar los sentimientos. Jacques Demy, que ganó la Palma de Oro en 1964 con la fundacional “Los paraguas de Cherburgo”, habría aplaudido una película como “Emilia Pérez”. Karla Sofía Gascón brilla en su doble papel de príncipe de los narcos y epifánica benefactora de los familiares de los desaparecidos que él mismo ordenó enterrar en fosas comunes. Ya está acariciando el premio a la mejor actriz. Una nota discordante: Selena Gómez como esposa del Manitas, muy incómoda hablando en español.

El amor a la deriva según Zhang-ke

La magnífica “Caught by the Tides”, el séptimo título que el chino Jia Zhang-ke presenta a competición en Cannes, también es una película en tránsito. Podría decirse que lleva rodándola más de veinte años, porque incluye material de algunas obras clave de su filmografía (“Unknown Pleasures” y, sobre todo, de “Naturaleza muerta”, de la que reutiliza algunos planos) e imágenes que filmó en los albores del siglo XXI. En ese sentido, Zhang-ke no solo vuelve a hablar de los cambios socioeconómicos de la historia de su país, agitado por la velocidad capitalista y la implantación neurótica de las nuevas tecnologías, sino también reflexiona sobre la capacidad de su cine para reflejar esos cambios, que ahora incluyen un inevitable capítulo situado en un tiempo post-pandémico.

Dividida en tres episodios, que corresponden al año 2001, al 2006 y a la actualidad, “Caught by the Tides”, cuenta la historia de amor a la deriva entre Qiaoqiao (Zhao Tao, musa y esposa del cineasta) y Bin. La primera parte es deliberadamente elusiva y opaca, aunque el modo fragmentado, casi abstracto, en el que Zhang-ke mezcla texturas de imagen, espacios en ruinas y en efervescencia, y testimonios documentales, dejando que los dos amantes solo coincidan puntualmente, sin hablarse, es muy hipnótico. La segunda parte amplía el campo de batalla de “Naturaleza muerta”, hasta el punto de que parece que estamos viendo aquella película desde otra perspectiva, y la sensación de dislocación del recuerdo resulta fascinante. La tercera es a la vez crepuscular y esperanzadora: si Zhang-ke ha silenciado la voz de Qiaoqiao durante toda la película -es, sí, un filme casi sin diálogos, pero muy musical-, ahora lanzará un grito que es toda una declaración de principios, quizás la única manera que tiene el pueblo chino de expresarse cuando parece que el crecimiento económico ha olvidado a los invisibles.

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